lunes, 23 de diciembre de 2013

De listas de fin de año y tópicos similares.

     Ahora que termina el año todo el mundo se apunta al carro de las listas de buenos propósitos, listas de productos cosméticos favoritos, listas de cosas por hacer y sitios que visitar, listas de lo bueno y de lo malo…

     Pues yo no me quería subir a ese carro… pero como soy así de contradictoria, he decidido hacer un listado que llevaba tiempo queriendo hacer: las cosas que me gustan de tener hermanas. En realidad, esta entrada tiene cabida  en cualquier momento del año, por eso quería publicarla antes de que empezara la vorágine navideña el 24 de diciembre. 

P.D.: Aludidos, manifestarse en comentarios ^^.


  1. Porque son un incordio, pero sin ellas me aburriría –siempre tuve un punto masoquista-.
  2. Mirar a los ojos a la señorita T y saber que está mintiendo, decírselo y hacerla rabiar porque hasta ahora no he fallado nunca en mi predicción, no tiene precio.
  3. Que la pequeña L, te abrace cuando menos lo esperas, tampoco tiene precio.
  4. Saber sus debilidades más secretas y aprovecharlas en beneficio propio con alevosía. Esto hace que me sienta una villana de cuento que finalmente y gracias a su inmensa generosidad oculta hasta el momento, deja a los protagonistas con vida.
  5. Reírte hasta llorar de las chorradas más absurdas que solo ellas y yo conocemos.
  6. Porque mi vida era solitaria (aunque era un remanso de paz que ya no volverá a repetirse) y pedía continuamente una “muñeca” para poder jugar y presumir orgullosa.
  7. Porque sus caídas las vives como propias, pero sus logros y alegrías, son tuyas también.
  8. Ver como tus padres les regañan por las mismas cosas que tú hacías a su edad, es una sensación entre dèyá vu y espectador de cine que me fascina.     
  9. Por esos abrazos conjuntos a tres, en los que alguna acaba siempre boqueando buscando aire cual pez desamparado.
  10. Porque me sacan de quicio, pero miles de sonrisas que no se pagan con dinero (aun los políticos no han reparado en la felicidad, sino empezarían a cobrar por poseerla, por suerte no son tan listos).

Fin de la entrada ñoña y chorras del mes de Diciembre.




jueves, 31 de octubre de 2013

La muerte entre las manos por Joaquín Zambrano González.


Joaquín Zambrano González
Licenciado en Historia del Arte

     Pepito era singular, pues tenía la tez blanca. Bajito, tímido y casi nunca se le había visto por el pueblo. Era nuevo en esta ciudad, a nadie le había contado que llevaba en sus pequeñas espaldas más de mil mudanzas. Se sentía cada vez más pequeño en este gran universo.  Pero esta vez, parecía que todo sería distinto. El sol brillaba con más fuerza, pues estaba a punto de comenzar la primavera. La explosión de tonalidades se hacía presente en los jardines de las casas aledañas. 

     Esa mañana, tomó su pequeña mochila se la colgó y fue directo a la cocina. Su padre tomaba el café, mientras sujetaba  el periódico. Su madre, tenia puesto el delantal de volantes que tan tiernamente había cosido su abuela, y estaba realizando las tostadas. Bajo la mirada, mientras punteaba con sus zapatos el suelo, se sintió nuevamente más pequeñito. Una leve voz salió de sus labios, y pronunció un adiós tan bajo, que pareció más un suspiro.

     Llegó al cole, se sentó en el mismo banco de madera de siempre. Colocó sus libros sobre su pupitre, sacó su bolígrafo y abrió su cuaderno. En la esquina superior empezó a hacer pequeños círculos concéntricos, a modo de greca. Mientras sus compañeros se iban acomodando poco a poco en sus asientos. A los cinco minutos la maestra, joven y hermosa entró en la clase. Ese día tocaba hablar de las partes de una flor, y cuál era su reproducción. Hecho que le encantaba a todos los niños, porque encontraban todos los campos llenos de flores tan coloridas y bonitas, además de cautivarlos con los olores.  Maite, la profesora, les dijo a sus alumnos que dentro de dos días saldrían al campo para poner en práctica todo lo que estaban aprendiendo en clase.

     Finalmente sonó el timbre, lo que daba paso al tiempo del descanso. Los niños y niñas salieron rápidamente al patio para jugar al balón, correr y pillarse entre ellos, etc. El se quedó sentado en su banco, Maite no se había percatado de su presencia en el aula. Cuando iba a salir, vio que alguien no había abandonado el aula, por eso se giró y le preguntó: ¿Pepito porque no sales al patio?. El siguió con la cabeza agachada y no musitó palabra alguna. Maite se quedó sorprendida, era la primera vez que le pasaba algo así. Se quedó bloqueada y no supo reaccionar. En ese momento por la puerta pasaba la profesora de la clase de al lado. Le llamó la atención y juntas salieron del aula.

     Aquella mañana parecía que todo se había acabado para Pepito, se sentía más triste de lo normal, ya no tenía ganas de elegir el camino que le llevaría a casa, de tomar la cera para colorear la imagen que le habían puesto delante del pupitre en plástica, ya no sentía el aire primaveral en sus mejillas. Pero en ese instante, se levantó, se dirigió hacia el patio, porque el olor de algo nuevo, fresco, dulce lo había atrapado. Abrió la puerta, vio como el sol brillaba fuertemente sobre los cabellos de aquellos niños y niñas, los columpios se mecían al compás de los cantos, risas, pataletas de muchos de ellos y ellas.

     Se dirigió casi sin rumbo marcado, cual silueta serpentosa hacia la sombra de aquel árbol grande, fresco y acogedor. No tenía frutos, a pesar de estar en primavera. Pero su imponente sombra parecían unos grandes brazos que acogían a todo aquel que buscara consuelo. Llegó hasta él, se sentó y posó su pequeña espalda en el tronco recto y marrón. Cerró los ojos, y inspiró con todas sus fuerzas, abrió al máximo sus sentidos para escuchar lo que la naturaleza de su alrededor le ofrecía. No se había percatado que al otro extremo de ese árbol, había una pequeña niña con el pelo suelto y falda larga sentada.

     Ella pequeña, sensible, atemorizada por la vida, se sentó aquel día bajo la sombra del árbol gigante. Se sentía segura, dejaba todo lo que había vivido en su vida a un lado, ahora era ella. Se sentía fuerte, como las raíces de aquel maravilloso árbol, ahora notaba la fuerza para seguir hacia adelante. Entonces es cuando se dio cuenta que a sus espalda estaba un chico. Parecía frágil, atemorizado. En ese momento, se aclaró su voz tímida, y con la seguridad de la sombra le habló.

     Cuantos años habían pasado desde aquel encuentro bajo la prominente sombra. Cuantos pasos había dado junto a aquel niño tímido, con ojos grandes. Cuantos cuentos de princesas habían vivido juntos, pero no llegaron nunca al final por miedo a que terminaran. Hoy, todo era  palabras cargadas de emoción la que sintió, sabía que había sido su peor error. La elección de que viera su compañero del alma, su pérdida, su derrota ante la vida. La culpa era suya por haberlo querido de más, ahora sentiría aún más dolor no físico sino el dolor del corazón. Como iba a contarle a su compañero de batallas aquel duro golpe de la vida, su enfermedad.

     Aunque estuvo varios días dándole vueltas en su mente sobre que realizar, eligió no decir nada y vivir el tiempo que le quedara junto a él. Viviendo todas las emociones posibles, viviendo la naturaleza como cuando tenían ocho años. Sintiéndose cómplice de un juego que había comenzado antes, y que ahora era difícil de parar. No quería verlo asustado, miedoso y que su preocupación llenara su vida de amargas lágrimas.

     Como cada tarde, cuando caía el sol tras la montaña, llegaba a casa con un precioso regalo; su sonrisa. Sabía que tras la puerta estaba una de las personas que más quería, su compañero. Aunque supusiera un gran esfuerzo mantener una sonrisa sincera, pues había sido un hábil aventurero y descifraba con facilidad cualquier misterio que se le ponía delante. Pero ese día no sería distinto, lo conseguiría una vez más. Así fue, abrió la puerta, sintió el calor del hogar, se descalzó y fue hacia la cocina. Allí de espaldas estaba el, a pesar de su aspecto desaliñado (barba de unos tres días, pelo semi largo que le caiga grácilmente sobre la cara, camisa de cuadros abierta y debajo una camiseta de color liso, tipo serrados americano), se encontraba cocinando. Pues ella no había caído, pero hacia unos veinticuatro años que se habían visto por primera vez.

     Levantó la mirada, la vio con ese vestido tan colorido que tanto le gustaba, la sonrisa puesta y los ojos marrones tan expresivos. No dijo nada, dejo la cuchara de madera sobre la encimera de la cocina y fue hacia ella tan lentamente que pareció pasar años. Pero una vez que llegó a ponerse frente a ella, suspiro y le dio el más dulce de los besos. Así selló la promesa que se habían realizado hace unos años atrás, donde se juraron cuidar el uno del otro en nombre del amor eterno. 

    Aquella noche sus cuerpos esbeltos, esculpidos por dioses se retorcían lodo, en piel unida en una, sus pieles rosadas se estremecían, chocaban y hacían titilar las campanas de la libertad. Todo en aquella habitación  tornaba en actos desenfrenados, experiencias místicas y colores por todos los rincones. Nunca hubo mayor complicidad, pues era el acto más puro y humano. Dejaba de ser un fenómeno sexual para convertirse en el acto de compartir lo más sagrado y puro; sus propias esencias.

   Aquella noche la lluvia golpeaba el cristal débil, pues era la caricia del agua a la naturaleza. Ella cerró nuevamente los ojos, imaginando las acciones que llevaba el mundo a cabo en ese preciso momento. Como una señora salía corriendo por la calle para no mojarse el peinado, como los niños en algún lugar saltaban sobre los charcos, los amantes indiscretos reían bajo la lluvia terminando en un gran abrazo y beso fundidos. De esa manera cerraba los ojos, cayendo en manos de Tánatos, el genio del sueño. No sabía cuánto tiempo aguantaría mas, pero estaba claro que no desperdiciaba ningún minuto de su vida.

     La vi partir, sus ojos se cerraron lentamente. Y su grito interno se hizo cada vez más profundo, su alma desgarrada lo hacía presente. No sabía si le había mostrado el amor todas las mañanas en los que se habían levantado, no sabía si ella se había llevado lo mejor. Las noches en que solamente le reconfortaba su voz, ya no sabía nada. Volvía a ese vacío y silencio. A partir de ahora, de esta ausencia, no sabía cuál sería su camino. Ahora, ahora…. Ahora había descubierto el amor. 

     Su compañera del alma, se había marchitado poco a poco. Ya no volvería a tomarle la mano, a despertase junto a él cada mañana, a saborear los tragos amargos del café, a reír cuando veían a la vecina pasear con su rebaño de cerditos rosas.  Pero no era el momento de marchitarse, ella nunca lo hubiera hecho. Por eso, decidió engalanarla con aquel precioso vestido floreado, que le hacia una gran figura, le puso su mejor sombrero. A pesar de sus facciones estaban consumidas por el tiempo, la vio tan maravillosa como el primer día. Sonrió, notó el brillo del sol calentando todos los músculos, desplegaba una sensación de magia en cada uno de los rincones de su cuerpo.  

     Después de besarle en la mejilla, la lagrima se derramó suavemente por mi cara, un suspiro de ausencia y adiós, fueron las palabras de mi labios mordidos por el tiempo lo que sonó: Te voy a recordar así, tal como eres, inolvidable como es tu mirar. Siempre viva en mi… desde este mundo te diré te quise, quiero y siempre querré…

     Ahora tocó su turno, prepararse para su compañera, para cerrar los ojos y volver a imaginarla como aquel día bajo la sombra del árbol majestuoso. Se colocó la corbata negra, se meció el mechón de pelo que le caía, y se ajustó la chaqueta. Estaba preparado, para volver a aquel lugar que en un día futuro los volvería a unir. Cogió su pequeño bolso, se lo colgó y cerró el apartamento con los miles de recuerdos que había dentro. Tomó el coche dirección a su antiguo colegio, dirección a aquella sombra majestuosa, bajo aquel dosel de ramas que brotaban con fuerza símbolo de la llegada del verano.  Se puso delante de él, y mientras echaba su mente en blanco tratando de recordar todos los acontecimientos vividos en aquel lugar y momento, no se dio cuenta que bajo la hierba nacía delicadamente una margarita.

     Volvió en sí, convencido de que era un persona completa y totalmente nueva gracias a aquella pequeña chiquilla. Se dirigió hacia el cementerio, buscando un hueco en el que unirse de nuevo a su amada. Allí lo encontró el frío mármol que cubría a la que había sido la esperanza de su vida. Pero tras pasar los dedos por la inscripción, el suave beso de amor encerrado entre aquellas laderas de tierra, el dulce guiño de su compañera del alma se hizo presente. Volvió la lágrima a su mejilla mientras recorría con sus ojos la lápida, donde rezaba la siguiente frase: A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en un mismo ataúd…


sábado, 14 de septiembre de 2013

Ir al psicólogo: ¿qué se hace en psicoterapia?

Lorena Fuentes
Lda. Psicología - Col nº 18298
      Cuando una persona se plantea ir a un psicólogo por primera vez, son muchas las dudas que surgen antes de tomar la decisión. Desde mi experiencia profesional me encuentro con que,  aunque cada vez tenemos a nuestro alcance más información sobre la psicología y la psicoterapia (Internet, programas de televisión/radio, libros, etc. ) aún son muchos los mitos y falsas creencias que envuelven nuestra profesión. En este artículo encontrarás información útil sobre en qué se basa nuestra profesión, cuándo es necesario acudir a un psicólogo o psicóloga y en qué consiste una terapia psicológica.

¿Necesito un/a psicólogo/a?
     Al formular esta pregunta aún hay algunas personas que responden “No, yo no estoy loco/a“. Nuestra función como profesionales de la psicología es ayudar a las personas a dar solución a los problemas que están causando malestar emocional y reduciendo su calidad de vida, independientemente de su salud mental. Desde mi perspectiva de trabajo, no trato patologías o trastornos mentales, trato personas que por una razón u otra están sufriendo y quieren dar un cambio a su vida para vivir mejor.
     También suele ser frecuente escuchar afirmaciones como “Yo no creo en la psicología”. La psicología no es una orientación de pensamiento dogmática, tiene base científica y como psicólogos somos expertos en el trabajo y análisis de las emociones, las ideas (pensamientos/creencias) y la conducta humana. Esto nos permite diseñar la estrategia más adecuada para favorecer el cambio hacia la dirección que la persona desee. Aunque, no sólo con nuestro trabajo tiene la intervención efecto, es fundamental que la persona que viene a terapia esté implicada en el tratamiento y motivada y decidida a iniciar el cambio.

¿Cuándo acudir a un/a psicólgo/a?
     El indicador más fiable para decidir si acudir o no a un/a psicólogo/a es tu propio bienestar. Son muchas las dificultades que nos podemos encontrar a lo largo de la vida y que requieren hacer uso de nuestros recursos y habilidades para poder darle solución. Sin embargo, cuando notas que algunas de estas situaciones te sobrepasan, cuando las soluciones que has probado no han funcionado y el problema persiste o aumenta, cuando tu día a día se ve dañado por el problema y te impide llevar la vida con normalidad, entonces es muy recomendable visitar a un profesional.  
     Es importante señalar que no existe una lista de problemas que deban ser tratados por un/a psicólogo/a,  es la manera en la que la situación se convierte para ti en un problema y tu decisión y motivación en querer cambiarlo con guía y apoyo profesional.
     Hay veces que nace la duda sobre si se está lo suficientemente mal como para necesitar ayuda psicológica, como he explicado anteriormente, establecer el límite de la durabilidad y del grado del malestar depende directamente de ti.  
     Es posible que antes de decidir si acudir a terapia te preguntes “si antes he podido superar otras cosas, ¿por qué esta no?” y/o “otras personas han pasado por esto y han salido adelante ¿qué me está pasando a mí?”  Ante la primera cuestión, cabe decir que lo único constante en esta vida es el cambio y cada situación o momento por semejante que parezca, nunca será igual porque nosotros, debido nuestras vivencias y al crecimiento personal de cada uno seguimos en constante cambio y evolución. Cada situación es diferente y aplicamos nuestro recursos lo mejor que podemos, aunque a veces es la manera de solucionarnos lo que hace que el problema se mantenga.
     En cuanto a la segunda pregunta, cada persona es distinta y la manera que se tiene de afrontar las cosas también, pues están influidas por nuestras experiencias anteriores, creencias y pensamientos. La adaptabilidad de cada persona a las situaciones adversas son distintas y cómo la situación se convierte en un problema para cada uno/a también. Pongamos un ejemplo, todos sabemos lo que es el dolor físico pero no todos lo vivimos igual, cada persona tiene un nivel de sensibilidad distinto, y por lo tanto el nivel de percepción en que algún estímulo se convierte en doloroso y el aguante ante el dolor también es subjetivo. Con las situaciones pasa igual: ante una situación semejante una persona la puede vivir como un problema y otra no y el malestar emocional y aguante ante eso también es distinto.
     Cuando una persona por sí sola no logra poner fin a sus problemas, pedir ayuda para superarlo es esencial. Se puede caer en el pensamiento de “tengo que superarlo por mí mismo/a” y/o “nadie me puede ayudar”, pero ser capaz de pedir ayuda es una habilidad social básica y adaptativa. Cargarse con la responsabilidad extrema de tener que hacerlo todo uno/a mismo/a suele conllevar que la mochila de problemas sea tan pesada que no se logre dar ni un paso hacia adelante.
     También es común escuchar que “el mejor psicólogo es tu mejor amigo”. Aunque recibir el apoyo de las personas de tu entorno es fundamental e incluso puede ser de gran ayuda para empezar un proceso terapéutico, es muy distinta la ayuda que puede ofrecer un/a amigo/a o familiar a la ayuda profesional. Los profesionales de la psicología estamos entrenados en el análisis del problema y la formulación de la solución a partir de las características individuales de cada persona, ofreciendo una intervención específica y adaptada a cada persona.

¿Qué se hace en terapia? ¿Se arregla todo hablando?
     Es evidente que nuestra herramienta principal de trabajo es la palabra. Para poder analizar el problema que trae cada persona es necesario investigar lo que le ocurre a través del diálogo, pero esto no significa que sólo hablándolo se solucionen los problemas, aunque a menudo verbalizar las inquietudes cause desahogo.
     Desde mi manera de entender y trabajar la psicoterapia también es necesario utilizar técnicas específicas y la prescripción de tareas con tal de poder generar el cambio hacia la dirección deseada por la persona. El trabajo en una terapia psicológica no se limita sólo a lo que ocurre en las sesiones, la intervención es un continuum que se extiende también fuera de la consulta.
     Es posible que alguien pueda pensar que solamente viniendo a terapia sus problemas puedan quedar resueltos, pero realmente no es así. Un proceso terapéutico requiere de un gran esfuerzo y compromiso por parte del cliente. Si la persona no está motivada ni implicada en la terapia lo suficiente como para empezar a introducir cambios sobre esa situación que causa malestar, por muy adecuada que sea la intervención del profesional, ésta será infructífera. El papel del terapeuta consiste en dar la guía y el apoyo necesario para acompañar a la persona en el proceso de cambio, ayudándole a utilizar sus propios recursos eficazmente y brindándole las herramientas necesarias para conseguirlo y mantenerlo. Metafóricamente, el terapeuta es quien da las herramientas para poder avanzar, pero es el cliente quien debe labrar la tierra y dedicar su tiempo y esfuerzo para poder recoger el fruto.
     En cuanto a la durabilidad de la terapia y número de sesiones, cabe decir que cada proceso terapéutico está adaptado al ritmo y evolución de cada persona. Desde la Terapia Breve Estratégica se suele trabajar con un número orientativo de 10 sesiones, que pueden ser más o menos en función de las necesidades y evolución de cada caso. Sobre el tiempo aproximado del proceso terapéutico se adaptará a las características y posibilidades de cada cliente; aunque habitualmente las sesiones suelen ser quincenales, espaciándolas más al final del tratamiento.
     Es muy importante destacar que cada terapia está diseñada específicamente para cada cliente, respetando las idiosincrasias de cada persona y sus valores y creencias. Sólo se ayudará a cambiar aquello que la persona quiere cambiar, respetando totalmente su demanda y sin crear nuevos problemas que solucionar.
     Nunca se obliga a nadie a hablar sobre temas que la persona no quiera tratar o a hacer algo que no quiere o que va en contra de sus principios. El terapeuta recomendará cual es la manera más adecuada para solucionar el problema que ha traído a la persona a consulta, y con el consentimiento del paciente se establecerá la tarea a realizar.
    En ocasiones me he encontrado con personas que sienten temor al contar algunas situaciones de su vida por miedo al sentirse juzgados. Como profesionales, estamos entrenados para no juzgar a las personas ni sus actos. Vemos a cada persona desde la objetividad y sabiendo que cuando una persona decide venir a terapia es porque está sufriendo.
     Para finalizar, una de las grandes dudas que suelen manifestarse en sesión es sobre la confidencialidad. La ética que legisla nuestra profesión nos impide dar datos a terceras personas sobre quién requiere de nuestros servicios. Por la naturaleza de nuestro trabajo estamos obligados a la discreción y la confidencialidad, por lo tanto, nuestros clientes están protegidos por las normas legales que regulan el secreto profesional.
     Espero que el haber desmitificado en este artículo algunas de las leyendas que corren acerca de nuestra profesión, te ayuden a decidir si quieres empezar un proceso terapéutico que te facilite el recobrar el bienestar. Si tienes alguna otra duda o estás decidido a pedir una cita no dudes en ponerte en  contacto conmigo, estaré encantada de responderte y ayudarte. 
También podéis leerla en su blog aquí.
Image courtesy of Dusky/FreeDigitalPhotos.net

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Paula. El duelo ante la muerte.

     Nota: esta reseña la escribí por petición de mi gran amigo J., a raíz de su proyecto final de máster y la creación del blog de la Comunidad Iberoamericana de Amigos del Patrimonio Funerario. Pronto, en ambos blogs subiré el segundo artículo sobre fotografía Post mortem en el siglo XIX.

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     Hay novelas que nacen casi sin saberlo. Esto es lo que le pasó a Paula (1992), la quinta novela de la escritora chilena Isabel Allende. Mucho se ha escrito sobre esta emotiva obra donde la muerte es uno más de sus personajes.

     Isabel Allende Llona, nacida en Lima, Perú, el 2 de agosto de 1942, inició su carrera profesional como periodista. En 1975 marchó al exilio junto a su familia en Venezuela, debido al golpe de estado de Augusto Pinochet. Allí comenzaría a escribir una larga carta que terminaría por convertirse en su primera novela. Esta misiva iba dirigida a su abuelo, que por aquel entonces contaba con 99 años y se encontraba a las puertas de la muerte. En 1982 vería la luz con el nombre de La casa de los espíritus.

     Ambas novelas guardan dos similitudes innegables: su escasa ambición en un principio por acabar siendo novelas; puesto que ambas comenzaron siendo cartas. Y en segundo lugar, las dos nacieron casi como una reacción a la muerte inminente de un familiar cercano a la autora. La escritura como medio para asimilar el duelo de una pérdida es bastante común.

ALLENDE, Isabel. Paula. Barcelona, 1994. Círculo de Lectores. 1ª ed.  Fotografía extraída de todocolección.

     Paula nace en un hospital de Madrid, mientras la hija de la autora, del mismo nombre, yace postrada en una cama a causa de un coma inducido por la enfermedad de la porfiria. Desde ese momento, hasta que finalmente es trasladada a su casa de San Francisco, la autora narra en una serie de cartas su historia familiar, evocando recuerdos y personajes que puedan ayudar a Paula en su recuperación, puesto que Isabel Allende temía que al despertar su hija lo hiciera desmemoriada. Sin embargo, ella nunca llega a despertar y ello se intuye progresivamente al avanzar en la lectura del libro. Doce meses de agonía que son narrados con una intimidad y emotividad estremecedoras. No en vano, la autora ha afirmado en numerosas ocasiones, que el libro donde más ha recibido y sigue recibiendo cartas de los lectores es con Paula, más que con ninguna otra novela suya.

     En una entrevista en su sitio web[1] puede leerse este fragmento donde la autora responde a una pregunta sobre este libro y su experiencia sobre la muerte y la enfermedad:

Me siento vinculada con los lectores que me han escrito después de leer ese libro. El dolor es universal. Todos experimentamos sufrimiento, pérdidas y muerte. Recibo cartas de médicos que me dicen que ya no verán a sus pacientes en la misma forma que lo hicieron antes de leer el libro, y de jóvenes que se identifican con Paula y que por primera vez consideran su propia mortalidad. Muchas de las cartas son de mujeres jóvenes, que todavía no han sufrido una pérdida real, pero sienten que no son parte de una familia o que no tienen apoyo en sus comunidades; se sienten muy solas y desean una conexión con un hombre, como la que Paula tenía con su marido. Recibo cartas de madres que han perdido a sus hijos y piensan que se van a morir de pena. Pero uno no muere. La muerte de un hijo es el dolor más antiguo de la humanidad. Las madres han perdido hijos desde hace milenios. Solamente unas pocas privilegiadas pueden esperar que todos sus hijos vivan.

     Existen diferentes tipos de duelos en función del tipo de muerte al que nos enfrentemos. Los padres sienten en cualquier caso la muerte de sus hijos como antinatural y tremendamente injusta; y como en este caso, la muerte por enfermedad e imprevista como la que le sucedió a Paula supuso un largo duelo y más difícil de aceptar, que por ejemplo, la muerte de un anciano con una enfermedad terminal. Con ello no se quiere afirmar que un deceso tiene más valor que otro, pero socialmente y a nivel emocional el dolor es asimilado de diferente manera.

     Sin lugar a dudas, la pérdida de un ser querido es la más dolorosa, llegando a marcar la vida de las personas de manera irreversible. Por supuesto, existen etapas en dicho duelo: un comienzo de aceptación, un trabajo activo de aflicción y finalmente, el intento de volver a organizar la vida de “el/la que se queda”.

     La autora pasa por estas dos primeras etapas en Paula, y una tercera que se verá reflejada en una obra autobiográfica con su “tribu”, como denomina ella misma a su familia y amigos, titulada La suma de los días (2007), donde la vida sigue.

     Es inevitable sufrir con la autora página tras página, y sentir empatía hacia sus personajes.  Envidiar en cierta medida ese amor incondicional del marido de Paula,  sufrir con Isabel la agonía de su hija, y pensar en la vulnerabilidad de la vida, la sensación de que “nos puede pasar a cualquiera”. A pesar de que como se dice al inicio, la muerte es uno más de los personajes, el libro también es un canto a la esperanza, a la fe y por encima de todo, al amor.





[1]    Entrevista a Isabel Allende:   http://isabelallende.com/ia/es/interview, consultado el 22 de agosto de 2013

jueves, 29 de agosto de 2013

Plin y el dragón que venía del mar.

     En el poblado de Pillaricos vivía la pequeña y traviesa Plin. Plin era una pequeña habitante del Mundo Verdi-raruno, donde el sol es azul, los perros verdes y la hierba amarilla todo el año.

     Un día en que los dos soles multicolores alumbraban radiantes en el cielo, Plin decidió salir a buscar alimento para la cena de esa noche, pese a la escasez que estaban sufriendo en el poblado y en general en su pequeño Mundo. Cuando se disponía a salir de casa, se encontró con Pataplón, el gallo pedro con patas más sabio de todo el Mundo Verdi-raruno. 

     - ¿Dónde vas tan presurosa Plin? -le preguntó Pataplón algo distraído y con cara de preocupación.

     - Buscando mi cena. Ojalá abundaran las setas saltarinas, pero es casi imposible encontrarlas en estos días. ¿Le ocurre algo señor Pataplón? -preguntó preocupada la pequeña.

     - Eehhh... no, no, es solo que espero visita y viene con un poco de retraso, estoy preocupado por si se pudiera haber perdido en su largo trayecto hasta aquí.

     - ¿Perdido?, ¿acaso su invitado es un habitante de Pillaricos? -preguntó intrigada.

     -  En realidad sí y no, ¿recuerdas la historia que te conté la otra noche? 

     La cara de Plin se iluminó.

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     En los albores de la creación del Mundo Verdi-raruno, el Sumo Sumario que era un sabio que lo predecía todo, hasta los retortijones, soñó con la profecía que marcaría la historia de los habitantes del pequeño Mundo. 

     Vendrán días mustios y de escasez. Sin embargo, el día en que los dos soles multicolores alumbren en el cielo, vendrá al poblado Pillaricos una criatura que hará cambiar la suerte de sus habitantes. En su apestoso aliento estará la clave para devolver la fertilidad a la tierra. Las setas saltarinas y los saltamontes-pétalos volverán a encontrarse por doquier en el Mundo Verdi-raruno. Vendrá del mar, el cual tornara completamente verde. Esa será la señal esperada de que la criatura está por llegar.

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     La pequeña Plin y el señor Pataplón esperaban ahora en la orilla del mar. Había pasado ya una hora Verdi-raruna (que en tiempo humano se traduce en 10 laaaaaargos minutos), cuando vieron acercarse a un extraño ser de cuerpo alargado... ¡era un dragón, un dragón que venía del mar! El pobre venía dando tumbos y atolondrado, tanto era así, que acabó aturdido y moribundo en la orilla del mar.

     Plin se acercó para verificar que el dragón respiraba, pero para su disgusto, este le echó el exhabrupto más sonoro y apestoso que se recuerda en Pillaricos. No solo dejó a la pobre Plin verde como el mar, sino que devolvió la fertilidad al Mundo Verdi-raruno, y la pequeña Plin, ya respuesta del incidente, pudo cenar todos los días setas saltarinas.

Fotografía extraída y modificada parcialmente de changoonga. En realidad, se trata de un animal de unos cuatro metros encontrado en las playas de Villaricos, pedanía costera de Cuevas del Almanzora (Almería), el pasado 15 de agosto. Noticia aquí.

                                                          E. Capel  
Para la pequeña L, que aunque ponga los ojos en blanco debido a mis extravagancias, en el fondo le gustan tanto como a mí.

jueves, 22 de agosto de 2013

La leyenda 'granaína' del Gin Tonic.

     El viejo Mariano era un borrachuzo empedernido. No lo podía evitar, olía el alcohol en todas sus formas a varios kilómetros de distancia. Aquel día había amanecido un cielo poblado de nubes, pero para él era un día espléndido; el secretario del alcalde le había encargado un "trabajillo" relacionado con un asunto personal. Nada de sangre, solo tenía que "dar un aviso". Algo sencillo que le había reportado una para nada desdeñable cantidad de perras gordas, suficientes para perder el conocimiento a base de bebidas espirituosas varios días seguidos.

     Andaba Mariano pensando en su farra particular, sopesando con la mano izquierda su pequeño botín, cuando se encontró con Juanico el Cervecero con cara de pocos amigos, caminando con premura calle arriba. ¿Le debía dinero? No lo recordaba, por si acaso se ocultó en la primera esquina que encontró y torció en dirección a plaza Bib-Rambla.

     Decidió entonces dirigirse a la Calle Real de la Alhambra, a la casa-tarberna de "el Polinario". No es que encajara con la clientela tan selecta que el local ostentaba, pero él y Don Antonio, el propietario, habían sido compañeros en su más tierna infancia de juegos, por lo que hacía la vista gorda ante el desaliñado cliente, reservándole un rinconcito para sus borracheras solitarias.

     Descendió por la calle y divisó la Puerta del Vino, ironías habituales en esta ciudad añeja de viejas tradiciones, pensó con sonrisa pícara sobre su ciudad, Granada. Entró a la taberna donde Sorolla y Zuloaga se habían dejado caer también por allí. Inclinó la cabeza en señal de saludo y se dirigió a su particular santuario. El mismo Ángel Barrios se acercó a él en cuanto este se sentó.

     - Hola Angelillo, ¿quién es ese pollo que está ahí y nunca he visto? -preguntó Mariano.

     - Es un tal Juan Estrada, dice que es médico y que viene de las Américas. Lo cierto es que lleva ahí todo el día con la mirada perdida. ¿Que te pongo hoy?, ¿lo de siempre?

     - No, Angelillo. Hoy quiero algo más especial, llevo buenos "dineros" para gastar a gusto. Ponme ginebra, de esa que suele tomar el inglés cuando viene por aquí. - respondió Mariano cruzando las manos encima de la mesa.

     Cuando le sirvieron, su curiosidad ya era incontrolable y se acercó a la mesa de ese tal Juan Estrada.

     - Buenos días tenga. Soy Mariano el viejo, amiguísimo personal de Don Ángel.¿Qué hace un médico extraviado de las Filipinas por estos lares? -el mencionado, que parecía estar bajo los efectos de algún hechizo, de pronto lo miró a la cara, notablemente sorprendido por la inesperada interrupción de sus pensamientos.

     - Hoo...la. Soy Juan Estrada, de profesión médico, efectivamente. Veo que aquí los rumores corren raudos. Le ahorraré el interrogatorio. Fuí en busca de aventura y ganas de ver mundo a las Américas, pasé por las Filipinas y luego por la vieja y hermosa Cuba. Pero solo conseguí que mi joven esposa muriera de malaria sin poder hacer nada. Se me fue con la Parca en un suspiro. Ni siquiera las pastillas de quinina pudieron paliar la enfermedad. ¡Ah!, ¿de que me sirve ser médico sino pude salvar la vida de mi propia esposa? -exhaló un intenso suspiro, a la vez que el abatido doctor dejaba encima de la mesa un puñado de pastillas. Se levantó, pagó la cuenta y se marchó arrastrando los pies cabizbajo.

     Mariano, que esperó a que el apesadumbrado doctor saliera por la puerta, cogió una pastilla con una de sus sucias uñas y empezó a mordisquearla... puaj, no sabía bien, pero cosas peores había probado en su miserable vida. Se las echó al bolsillo con un rápido movimiento de mano, podían serles útiles en otro momento. No se dió cuenta de que una se coló sigilosa dentro de el vaso de ginebra.

     Volvió a su rincón. Le dió un trago a su vaso, pero aquello no sabía como la última vez. Al tercer "cacharro" ya se había dado cuenta de las "buenas migas" que hacían las pastillas de quinina y la ginebra juntas. 

     Al séptimo vaso de mejunje ya se encargaba de predicar a los cuatro vientos las bondades de la nueva mezcla, sacudiendo los sentidos y agitando el espíritu. Lo cierto es que cuando tomó conciencia de sí mismo, una semana después, la bebida de moda era un brebaje llamado Gin Tonic sospechosamente parecido a su Mezcla Mágica, como cariñosamente la terminó llamando.

     Años más tarde, circularía una leyenda que contaba que dicha bebida había sido inventada décadas atrás por unos oficiales británicos, mientras estos estaban destinados en la India. Pero a Mariano el Viejo de Granada, le gustaba pensar que él había sido el inventor de esta mezcla tan peculiar.

     
Calle Real de la Alhambra en la actualidad. Fotografía extraída del Flickr de ratamala.


E. Capel.


     
     







jueves, 15 de agosto de 2013

La pizpireta Robertita y el bueno de Don Seferino.

     Roberta era menuda y pizpireta, con ojos pequeños color avellana, labios finos y ánimo resuelto. Solía llevar vestidos con estampados extravagantes que encontraba en rastrillos de segunda mano. Todos eran diseños parecidos a los que las actrices de los años '50 llevaban, solo que los suyos eran más estridentes, pero le gustaba vestir así, se sentía femenina. 

     - Buenos días Don Seferino, hace un día maravilloso para ir al puente de la Curva Chica, encima del estanque a darle de comer a los patos, ¿no le parece? -ese día no se le escaparía. Solo se extrañó de no verle sin su inseparable y añeja chaqueta de piel marrón.

    Llevaba años enamoraba del bueno de Don Seferino, el párroco del pueblo. El primer flechazo fue de sus rosales, no había flores tan lustrosas como aquellas en toda la región; el siguiente chispazo fue de su buen hacer en las reuniones mensuales para ayudar a los más desfavorecidos; luego se proclamaría ferviente seguidora de sus discursos dominicales. Su fé se renovó por completo el día que lo vio montado en bicicleta en la plaza central, con sus cesta llena de frutas y verduras recién compradas y una sonrisa radiante en su cara curtida ya en arrugas. En un principio no fue fácil lidiar con su propia conciencia, se sentía una pecadora, como aquella que salía en la serie El pájaro Espino. El proceso de frustración no duró mucho, decidió que prefería arder en el infierno eternamente a cambio de solo dos minutos junto a él. Había sido siempre la solterona del pueblo debido a una madre excesivamente longeva y dictatorial, que hubiera preferido que su Robertita muriera virgen. Ya no quería esperar más a sentir el cosquilleo del amor, solo por el detalle de que él fuera el párroco del pueblo.

     - ¡Buenos días Roberta! -le respondió efusivamente el bueno de Seferino-, si que hace buen tiempo, sí. Si le apetece podemos pasar por el puente de la Curva Chica y ver a los patos de camino a la Iglesia, ahora mismo venía de hacer unos recados y volvía ya. Necesito una mano bondadosa como la suya para preparar las reuniones de beneficencia de este mes. ¿Qué le parece?

     - A mandar Don Seferino, no sería buena cristiana si no le ayudara -contestó la resuelta Robertita.

     Llegaron al puente, justo encima del estanque. Dos patos feos y decrépitos paseaban dentro. Roberta se agachó distraídamente para ver mejor a los animalajos, cuando resbaló y cayó estrepitosamente. El padre Seferino corrió a salvarla lanzándose en su ayuda, pero el vestido de vuelo de la susodicha decidió aquel día que se inflaría formando una sombrilla inversa con la dueña, la cual no paraba de boquear y gritar como una posesa. Cuando al fin consiguió llegar hasta ella y sujetarla con firmeza para que no se ahogara, casi se ahoga él cuando Robertita se lanzó a su cuello y le plantó el beso más sonoro y empalagoso que se recuerda. La cara de Seferino tornó blanca.

     No se sabe cómo pero llegaron a la orilla, en el mismo momento en que Don Seferino terminó de mudar el color de piel, al ver que allí se encontraba Pauline el carpintero, con cara de pocos amigos.

     - Vaya Seferino, no pierde usted el tiempo. Venía a buscarle porque se le ha olvidado la chaqueta en mi  casa pero ya veo que no le hace falta -seguidamente se dio la vuelta para marcharse. Pareciera que estaba molesto por algo.

     El bueno de Seferino salió corriendo tras él y la pizpireta Robertita se quedó plantada preguntándose que había pasado. Sin embargo, estaba feliz, ¡ese había sido su primer beso y nada podía estropearle ese momento tan embriagador! 

Fotograma de la serie El pájaro espino. Fotografía extraída de este blog.


E.Capel.
Dedicado a NP, para compensar mi oscurantismo de las últimas semanas y por todas las sonrisas que logra sacarme.

jueves, 8 de agosto de 2013

A las siete en punto.

     
Aviso: la autora no se responsabiliza de herir ciertas sensibilidades. No considero que esta sea una historia de terror, pero pongo esta advertencia para prevenir a menores de edad o gente que simplemente no está acostumbrada o no le gusta este tipo de relatos. Al resto, espero que os guste.







     La pequeña Muriel canturreaba distraída entre los rosales. Había estado toda la mañana persiguiendo mariquitas por el jardín cuando de pronto una mariposa la sorprendió con sus hermosas y coloridas alas. Ambas danzaban al unísono en un baile rítmico y cadencioso. Unos débiles rayos de sol acariciaban la carita sonrosada de la pequeña, cuando la mariposa se posó sobre sus cabellos rubios. Tanta armonía de pronto, se vio interrumpida:

         -¡Muriel! ¿Qué haces? Ya es tarde, entra en casa, ¡está a punto de anochecer! –gritó Ada acalorada desde el marco de la puerta principal.

     La pequeña se detuvo pensativa. Resopló. Su niñera nunca podía dejar que bailara con las mariposas, o que persiguiera algún animal salvaje, en realidad, nunca le dejaba hacer cosas divertidas sin que la interrumpiera.  Un pensamiento cruzó fugazmente por su cabecita.

     Entró en el gran caserón. Oscuro y lúgubre, había permanecido así durante siglos, imperturbable al paso del tiempo. Las manecillas del reloj marcaban un tiempo teñido desde hacía décadas de color sepia. Eran casi las siete.

     Muriel subió enérgica las escaleras, Ada la esperaba impaciente. Cuando alcanzó la segunda planta sabía que estaría desprevenida, solo tuvo que empujar con todas sus fuerzas, sabía que no lo esperaría. Un rayo de satisfacción cruzó su rostro al ver el maltrecho cuerpo de su nana, ya inerte rodar por las majestuosas escaleras. Pensó que quizá otro día intentaría hacerlo con un poco más de sangre… no, quizá no, ya lo había intentado antes y era demasiado aparatoso y no había resultado como esperaba. Esa era la forma más sencilla de acabar con Ada y tener el resto de la noche libre para hacer lo que quisiera. Entonces, el reloj de pared marcó las siete en punto con su pasividad habitual.




     PUM, PUM, PUM… un largo estruendo estremeció la casa y a Andrea. Ella había escuchado la historia del tío Daniel, pero nunca se la había creído del todo.

         - ¡Andrea! Vamos, va a anochecer, volvamos a casa. –la llamó su madre asomando la nariz por la puerta. Todos la esperaban ya metidos en el coche.

     Esa casa había pertenecido a unos primos lejanos de su madre, toda la familia había aprovechado aquel domingo para hacer un picnic al aire libre y visitar el antiguo caserón familiar, ahora abandonado. A pesar de llevar muchos años deshabitada, la casa se podía sentir agitada, muy viva y a su vez, moribunda.


     Cuando atravesó la puerta, el reloj de pared marcó las siete en punto, con su pasividad habitual, como lo había estado haciendo durante la última centuria. Un escalofrío le recorrió la espalda cuando al pasar por el recibidor, le pareció ver el cuerpo inerte de una mujer adulta. Era un espejismo…y sin embargo, le pareció ver también a una sonriente niñita de cabellos dorados pasar a su lado al cerrar la puerta.

E. Capel.
Dedicado a mi querida señorita T.

La Mala Muerte (V). Fotografía de El PeuconQueso.

viernes, 2 de agosto de 2013

El verano más triste.

     El verano más triste se acercaba. Atrás quedaban los calurosos veranos en la orilla de la playa, los juegos infantiles y la despreocupación regada de un infinito sol. Tirando de sus recuerdos, nada hacía presagiar, que aquel sería el verano más triste que recordaría.

     Martha aun recordaba su sonrisa, su candidez en cada gesto, en cada palabra. Un día de finales de Julio, con cuarenta grados a la sombra en la calle, se levantó e inició su día, como todos los días. Que curiosa es la vida, cuanto más amargo es el trago que nos espera en el siguiente minuto, más apacibles y seguros nos sentimos en los momentos previos.


     Y llegó la noticia. Una tragedia no prevista, no sabían que había sucedido y bla, bla, bla. En definitiva, la muerte. Tan sola, tan oscura y tan definitiva. Después de eso, solo el duelo de la pérdida, así de amarga, espinosa y cruda, sin aderezos. Ya no tenía sentido esperar: esperar el trabajo de sus sueños, esperar a tener un mejor sitio donde vivir, esperar, esperar, esperar... Demasiado había esperado ya. Quizá el problema había sido esperar a que todo sucediera como "debía", como estaba previsto y dejar que el reloj marcara la hora impasible.


     Ya no esperaría más, pasaría su duelo, sí, pero no dejaría que la vida la rozara al pasar.

E. Capel


Hospital Henry Ford, 1932
Frida Kahlo
Óleo sobre metal
Colección Museo Dolores Olmedo
Copyright del Banco de México Fiduciario en el Fideicomiso relativo a los Museos Frida Kahlo y Diego Rivera.

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