Martha aun recordaba su sonrisa, su candidez en cada gesto, en cada palabra. Un día de finales de Julio, con cuarenta grados a la sombra en la calle, se levantó e inició su día, como todos los días. Que curiosa es la vida, cuanto más amargo es el trago que nos espera en el siguiente minuto, más apacibles y seguros nos sentimos en los momentos previos.
Y llegó la noticia. Una tragedia no prevista, no sabían que había sucedido y bla, bla, bla. En definitiva, la muerte. Tan sola, tan oscura y tan definitiva. Después de eso, solo el duelo de la pérdida, así de amarga, espinosa y cruda, sin aderezos. Ya no tenía sentido esperar: esperar el trabajo de sus sueños, esperar a tener un mejor sitio donde vivir, esperar, esperar, esperar... Demasiado había esperado ya. Quizá el problema había sido esperar a que todo sucediera como "debía", como estaba previsto y dejar que el reloj marcara la hora impasible.
Ya no esperaría más, pasaría su duelo, sí, pero no dejaría que la vida la rozara al pasar.
E. Capel
Hospital Henry Ford, 1932 Frida Kahlo Óleo sobre metal Colección Museo Dolores Olmedo Copyright del Banco de México Fiduciario en el Fideicomiso relativo a los Museos Frida Kahlo y Diego Rivera. |
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