Doña Paquita era una virtuosa de los
trabajos manuales, en el amplio sentido del término. Ya peinaba canas y vista
cansada, pero sus manos siempre habían sostenido una aguja o en su defecto,
moldes de costura: bufandas, guantes, gorros de bebé y adulto, calcetines,
condones –a pesar de que no desempeñaran muy bien su cometido, a la vista de los once vástagos con los que contaba, todos con excelente salud y
lozanía-, tapetes, manoplas… nada se le resistía. Nada, excepto su marido, un
toro bravo “picha brava” como decía ella, que bastaba con que se le cayera el
ovillo de lana al suelo y agacharse a recogerlo, para activar un oculto resorte
que en Manolín era automático y siempre se encontraba dispuesto para la acción.
A Dios gracias, que solo se activaba
con ella, pero aun así era un suplicio solo pensar en que la acechara por ejemplo, al
ordeñar las cabras. Bastaba con que se inclinara para empezar la labor, con el
esfuerzo y el calor del verano era cuestión de tiempo que una diminuta gota de sudor le recorriera la
mejilla, para que su Manolín saliera de la nada, recobrara un renovado brío y vuelta a empezar. No se
explicaba como en un cuerpo tan enjuto, cabía tanta pasión escondida.
¡Qué hombre!... recién casados lo
disfrutó con alegría y entrega, pero pasado ese tiempo, cuando comenzó a
enlazar un embarazo tras otro, le empezó a fastidiar la fogosidad inagotable
que desprendía. Ingenua de ella pensó que los condones de lana tendrían algún efecto. Bien apretado el punto y bien grueso el ovillo…. Nada, los
espermatozoides eran tan lanzados como Manolín.
Pasados los años, una tarde de verano
sureño, se encontraba en el poyete de la entrada de su cortijo, haciendo un
primoroso cuadro de querubines en punto de cruz para un nieto que le venía en
camino, uno de tantos, ya había perdido la cuenta y los nombres, tanto daba, al
menos tendría un detalle con el bebé. Dentro, los nietos de su hijo Agustín
despertaban de la siesta: Melita y Antonio. Sus padres estaban en el hospital
para recibir a la pequeña Rosita, la destinataria de los querubines que
brotaban de las manos de la abuela Paquita. Su marido Manolín, ya festejaba la buena
nueva con los amigotes en la tasca del pueblo.
Los pequeños despertaron con
cabellos eléctricos y lagañas interminables. Se desperezaron, un poco de saliva para
despejar la vista y se atusaron con desgana el pelo rebelde. En silencio subieron a la
cámara de la vieja casona. Habían acordado por la mañana que el momento más
propicio para hacer una incursión a aquella isla del tesoro, era después de la
siesta, cuando la abuela estaría ocupada con el punto de cruz y sus padres
estarían inmersos en epidurales, camas de hospital y fluidos corporales.
Subieron de puntillas, se tambaleaban
mientras reían nerviosos solo de pensar en la aventura que estaba a punto de comenzar, una excitación mezcla de prohibición y diversión. Aquella habitación era un lugar
maravilloso para sus mentes inquietas de mundos imaginarios por inventar.
Baúles repletos de ropas antiguas y disfraces que sus primos habían ido desechando
allí, muebles antiguos, aperos de labranza, camas majestuosas de hierro
forjado, cunas de madera solitarias, retratos de otros tiempos, tebeos del
Capitán Trueno… todo convivía en un desorden completamente organizado dentro de
los esquemas vitales de aquella casa, tan caótica y con una reglas tan claras a
un mismo tiempo.
Su botín favorito se encontraba
dentro de los baúles, miles de ropas de diferentes tallas y formas, así como
disfraces, que palpitaban a la espera de ser despertados. Se decidieron por el
baúl viejo y grande de la esquina, oculto tras una espuerta y esparto que el
abuelo usaba para hacer cestos y lámparas, que más tarde vendería en la tienda de
artesanías de sus padres en la ciudad. Con dificultad consiguieron abrir aquel
armazón que rezumaba olor a naftalina. Melita vió ropita de bebé y
calcetines de varios colores de lana con unas formas pequeñas y alargadas, pero
curiosamente ninguno era del mismo color, parecía como si ninguno fuera el
compañero de otro. Todos desparejados. Decidió jugar a las casitas y que esos
calcetines tan raros le sirvieran de manoplas para el horno que
acababa de inventarse, justo encima del tocadiscos que se encontraba en la otra esquina
de la habitación.
Estaba discutiendo con su hermano las
ventajas de jugar a papás y mamás en la cámara, cuando la abuela Paquita asomó
la nariz con aire fatigado, resoplando maldiciones entre dientes.
- ¿Qué
hacéis niños? Os tengo dicho que no subáis aquí solos. ¡Niña, que haces! – a
Paquita casi le da un infarto al ver la manitas de su nieta Melita dentro de
los condones de lana que guardaba primorosamente en el baúl de latón y madera,
regalo de bodas de sus suegros.
- ¿Qué
pasa abuela? Estas muy pálida –señaló la pequeña, llena de pura inocencia.
- ¡Quítate
eso ahora mismo!, ¡no es para que lo usen los niños! Son cosas de adultos y no
me repliques que nos conocemos –aseveró tajante la abuela.
Años más tarde, Melita recordaría
aquella anécdota comprando su primera caja de condones, y le dio tal ataque de
risa que tuvo que salir del establecimiento apresuradamenbte. Irremediablemente, tuvo que
comprarlos en la máquina expendedora del exterior, ante la expresión inquisitiva
del farmacéutico y las clientas octogenarias que no le quitaban ojo.
Fuente de la foto cornflakesgirl. |
¡Feliz semana!
Eva Capel
¿¿¿¿Condones de lana???? Prima ¿te has pasado al Gore? Me imagino la "maniobra" cual tuneladora en el canal de La Mancha, destrozo entrando y destrozo saliendo ... Lo raro es que la señora pudiera andar o hacer aguas menores... Si es que la gente de pueblo están hechos de otra pasta !! ;)
ResponderEliminarJajajaja, te prometo por Mafalda que no soy yo, esta es una historia aderezada y camuflada, pero tiene su poso de realidad. Esta historia de condones de lana te la pueden verificar cuando vengas al Cortijo... no tiene desperdicio. La realidad supera a la ficción. Casi muero sin poder respirar de la risa XD. ¿Que si están hecho de otra pasta? Es otro mundo, ¡me encanta!
EliminarMe ha encantado,me he reido mucho de pensar cuantas historias hay en nuestra España profunda y, que en la gran mayoria son ciertas. Sigue asi
ResponderEliminarGracias por leerme. Me alegro que te haya gustado ^^.
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