sábado, 8 de marzo de 2014

Lentejas pardinas.

El sol brillaba en el horizonte, la primavera se olía en cada rincón de la ciudad. La brisa marina traía aires de estación nueva.

Madre seguía una escrupulosa rutina, donde casi nada quedaba al azar. Siempre creyó que los horarios eran importantes en la crianza de sus hijas. 

Acababa de recoger a la Pequeña del colegio y volvían a casa en el turismo familiar. Cuando bajaron del coche, no podían imaginarse el drama doméstico que se cernía sobre sus cabezas. La ignorancia es la base de la felicidad, dicen.

Se les unió la hija Mayor que esperaba en casa su llegada. Empezaron a comer. A esa hora cualquier cosa comestible les sabía a gloria celestial, pero por suerte había lentejas estofadas, con su chorizo criollo y sus verduras frescas de la tierra.

 - Mamá, tengo algo que decirte. Y no, no estoy embarazada -comenzó a hablar la Mayor. El gesto de Madre se paralizó, no podía creer lo que acababa de oír. No auguraba nada bueno.

 - ¿Qué pasa?, le has echado algo a las lentejas, ¿verdad?

 - Nooo, mamá, ¿cómo se te ocurre? -dijo su hija empezando a reír de manera nerviosa y compulsiva. Cuando lo hacía sus ojos se "achinaban".

 - ¡Claro!, ¿entonces por qué te ríes? -ironizó Madre.

 - Que noooooo mamáaa....-estalló en sonoras carcajadas la Mayor.

Madre empezaba a impacientarse y miraba con recelo el plato de lentejas que tenía ante sí. 

 - ¡Mamá!, ¡que tengo novio! Ya está, lo he dicho -sentenció al fin.

En ese momento, la cuchara de Madre salpicó como si lo hiciera un aspersor, llenando la cara de Pequeña de lentejas pardinas; entonces casi instantáneamente todas estallaron a reír ante una situación tan absurda -Madre, Pequeña y Mayor, no las lentejas pardinas, claro-.


¡Feliz fin de semana! Fuente: conmangaancha2


Eva Capel

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