jueves, 8 de agosto de 2013

A las siete en punto.

     
Aviso: la autora no se responsabiliza de herir ciertas sensibilidades. No considero que esta sea una historia de terror, pero pongo esta advertencia para prevenir a menores de edad o gente que simplemente no está acostumbrada o no le gusta este tipo de relatos. Al resto, espero que os guste.







     La pequeña Muriel canturreaba distraída entre los rosales. Había estado toda la mañana persiguiendo mariquitas por el jardín cuando de pronto una mariposa la sorprendió con sus hermosas y coloridas alas. Ambas danzaban al unísono en un baile rítmico y cadencioso. Unos débiles rayos de sol acariciaban la carita sonrosada de la pequeña, cuando la mariposa se posó sobre sus cabellos rubios. Tanta armonía de pronto, se vio interrumpida:

         -¡Muriel! ¿Qué haces? Ya es tarde, entra en casa, ¡está a punto de anochecer! –gritó Ada acalorada desde el marco de la puerta principal.

     La pequeña se detuvo pensativa. Resopló. Su niñera nunca podía dejar que bailara con las mariposas, o que persiguiera algún animal salvaje, en realidad, nunca le dejaba hacer cosas divertidas sin que la interrumpiera.  Un pensamiento cruzó fugazmente por su cabecita.

     Entró en el gran caserón. Oscuro y lúgubre, había permanecido así durante siglos, imperturbable al paso del tiempo. Las manecillas del reloj marcaban un tiempo teñido desde hacía décadas de color sepia. Eran casi las siete.

     Muriel subió enérgica las escaleras, Ada la esperaba impaciente. Cuando alcanzó la segunda planta sabía que estaría desprevenida, solo tuvo que empujar con todas sus fuerzas, sabía que no lo esperaría. Un rayo de satisfacción cruzó su rostro al ver el maltrecho cuerpo de su nana, ya inerte rodar por las majestuosas escaleras. Pensó que quizá otro día intentaría hacerlo con un poco más de sangre… no, quizá no, ya lo había intentado antes y era demasiado aparatoso y no había resultado como esperaba. Esa era la forma más sencilla de acabar con Ada y tener el resto de la noche libre para hacer lo que quisiera. Entonces, el reloj de pared marcó las siete en punto con su pasividad habitual.




     PUM, PUM, PUM… un largo estruendo estremeció la casa y a Andrea. Ella había escuchado la historia del tío Daniel, pero nunca se la había creído del todo.

         - ¡Andrea! Vamos, va a anochecer, volvamos a casa. –la llamó su madre asomando la nariz por la puerta. Todos la esperaban ya metidos en el coche.

     Esa casa había pertenecido a unos primos lejanos de su madre, toda la familia había aprovechado aquel domingo para hacer un picnic al aire libre y visitar el antiguo caserón familiar, ahora abandonado. A pesar de llevar muchos años deshabitada, la casa se podía sentir agitada, muy viva y a su vez, moribunda.


     Cuando atravesó la puerta, el reloj de pared marcó las siete en punto, con su pasividad habitual, como lo había estado haciendo durante la última centuria. Un escalofrío le recorrió la espalda cuando al pasar por el recibidor, le pareció ver el cuerpo inerte de una mujer adulta. Era un espejismo…y sin embargo, le pareció ver también a una sonriente niñita de cabellos dorados pasar a su lado al cerrar la puerta.

E. Capel.
Dedicado a mi querida señorita T.

La Mala Muerte (V). Fotografía de El PeuconQueso.

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