Aviso: la autora no se responsabiliza de herir ciertas sensibilidades. No considero que esta sea una historia de terror, pero pongo esta advertencia para prevenir a menores de edad o gente que simplemente no está acostumbrada o no le gusta este tipo de relatos. Al resto, espero que os guste.
La pequeña
Muriel canturreaba distraída entre los rosales. Había estado toda la mañana
persiguiendo mariquitas por el jardín cuando de pronto una mariposa la
sorprendió con sus hermosas y coloridas alas. Ambas danzaban al unísono en un
baile rítmico y cadencioso. Unos débiles rayos de sol acariciaban la carita
sonrosada de la pequeña, cuando la mariposa se posó sobre sus cabellos rubios.
Tanta armonía de pronto, se vio interrumpida:
-¡Muriel!
¿Qué haces? Ya es tarde, entra en casa, ¡está a punto de anochecer! –gritó Ada acalorada
desde el marco de la puerta principal.
La pequeña
se detuvo pensativa. Resopló. Su niñera nunca podía dejar que bailara con las
mariposas, o que persiguiera algún animal salvaje, en realidad, nunca le dejaba
hacer cosas divertidas sin que la interrumpiera. Un pensamiento cruzó fugazmente por su
cabecita.
Entró en el
gran caserón. Oscuro y lúgubre, había permanecido así durante siglos, imperturbable
al paso del tiempo. Las manecillas del reloj marcaban un tiempo teñido desde
hacía décadas de color sepia. Eran casi las siete.
Muriel subió
enérgica las escaleras, Ada la esperaba impaciente. Cuando alcanzó la segunda
planta sabía que estaría desprevenida, solo tuvo que empujar con todas sus
fuerzas, sabía que no lo esperaría. Un rayo de satisfacción cruzó su rostro al ver el
maltrecho cuerpo de su nana, ya inerte rodar por las majestuosas escaleras. Pensó
que quizá otro día intentaría hacerlo con un poco más de sangre… no, quizá no,
ya lo había intentado antes y era demasiado aparatoso y no había resultado como
esperaba. Esa era la forma más sencilla de acabar con Ada y tener el resto de
la noche libre para hacer lo que quisiera. Entonces, el reloj de pared marcó
las siete en punto con su pasividad habitual.
PUM, PUM,
PUM… un largo estruendo estremeció la casa y a Andrea. Ella había escuchado la
historia del tío Daniel, pero nunca se la había creído del todo.
- ¡Andrea!
Vamos, va a anochecer, volvamos a casa. –la llamó su madre asomando la nariz
por la puerta. Todos la esperaban ya metidos en el coche.
Esa casa
había pertenecido a unos primos lejanos de su madre, toda la familia había
aprovechado aquel domingo para hacer un picnic al aire libre y visitar el
antiguo caserón familiar, ahora abandonado. A pesar de llevar muchos años
deshabitada, la casa se podía sentir agitada, muy viva y a su vez, moribunda.
Cuando
atravesó la puerta, el reloj de pared marcó las siete en punto, con su pasividad
habitual, como lo había estado haciendo durante la última centuria. Un
escalofrío le recorrió la espalda cuando al pasar por el recibidor, le pareció
ver el cuerpo inerte de una mujer adulta. Era un espejismo…y sin embargo, le
pareció ver también a una sonriente niñita de cabellos dorados pasar a su lado al cerrar
la puerta.
E. Capel.
Dedicado a mi querida señorita T.
La Mala Muerte (V). Fotografía de El PeuconQueso.
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