jueves, 22 de agosto de 2013

La leyenda 'granaína' del Gin Tonic.

     El viejo Mariano era un borrachuzo empedernido. No lo podía evitar, olía el alcohol en todas sus formas a varios kilómetros de distancia. Aquel día había amanecido un cielo poblado de nubes, pero para él era un día espléndido; el secretario del alcalde le había encargado un "trabajillo" relacionado con un asunto personal. Nada de sangre, solo tenía que "dar un aviso". Algo sencillo que le había reportado una para nada desdeñable cantidad de perras gordas, suficientes para perder el conocimiento a base de bebidas espirituosas varios días seguidos.

     Andaba Mariano pensando en su farra particular, sopesando con la mano izquierda su pequeño botín, cuando se encontró con Juanico el Cervecero con cara de pocos amigos, caminando con premura calle arriba. ¿Le debía dinero? No lo recordaba, por si acaso se ocultó en la primera esquina que encontró y torció en dirección a plaza Bib-Rambla.

     Decidió entonces dirigirse a la Calle Real de la Alhambra, a la casa-tarberna de "el Polinario". No es que encajara con la clientela tan selecta que el local ostentaba, pero él y Don Antonio, el propietario, habían sido compañeros en su más tierna infancia de juegos, por lo que hacía la vista gorda ante el desaliñado cliente, reservándole un rinconcito para sus borracheras solitarias.

     Descendió por la calle y divisó la Puerta del Vino, ironías habituales en esta ciudad añeja de viejas tradiciones, pensó con sonrisa pícara sobre su ciudad, Granada. Entró a la taberna donde Sorolla y Zuloaga se habían dejado caer también por allí. Inclinó la cabeza en señal de saludo y se dirigió a su particular santuario. El mismo Ángel Barrios se acercó a él en cuanto este se sentó.

     - Hola Angelillo, ¿quién es ese pollo que está ahí y nunca he visto? -preguntó Mariano.

     - Es un tal Juan Estrada, dice que es médico y que viene de las Américas. Lo cierto es que lleva ahí todo el día con la mirada perdida. ¿Que te pongo hoy?, ¿lo de siempre?

     - No, Angelillo. Hoy quiero algo más especial, llevo buenos "dineros" para gastar a gusto. Ponme ginebra, de esa que suele tomar el inglés cuando viene por aquí. - respondió Mariano cruzando las manos encima de la mesa.

     Cuando le sirvieron, su curiosidad ya era incontrolable y se acercó a la mesa de ese tal Juan Estrada.

     - Buenos días tenga. Soy Mariano el viejo, amiguísimo personal de Don Ángel.¿Qué hace un médico extraviado de las Filipinas por estos lares? -el mencionado, que parecía estar bajo los efectos de algún hechizo, de pronto lo miró a la cara, notablemente sorprendido por la inesperada interrupción de sus pensamientos.

     - Hoo...la. Soy Juan Estrada, de profesión médico, efectivamente. Veo que aquí los rumores corren raudos. Le ahorraré el interrogatorio. Fuí en busca de aventura y ganas de ver mundo a las Américas, pasé por las Filipinas y luego por la vieja y hermosa Cuba. Pero solo conseguí que mi joven esposa muriera de malaria sin poder hacer nada. Se me fue con la Parca en un suspiro. Ni siquiera las pastillas de quinina pudieron paliar la enfermedad. ¡Ah!, ¿de que me sirve ser médico sino pude salvar la vida de mi propia esposa? -exhaló un intenso suspiro, a la vez que el abatido doctor dejaba encima de la mesa un puñado de pastillas. Se levantó, pagó la cuenta y se marchó arrastrando los pies cabizbajo.

     Mariano, que esperó a que el apesadumbrado doctor saliera por la puerta, cogió una pastilla con una de sus sucias uñas y empezó a mordisquearla... puaj, no sabía bien, pero cosas peores había probado en su miserable vida. Se las echó al bolsillo con un rápido movimiento de mano, podían serles útiles en otro momento. No se dió cuenta de que una se coló sigilosa dentro de el vaso de ginebra.

     Volvió a su rincón. Le dió un trago a su vaso, pero aquello no sabía como la última vez. Al tercer "cacharro" ya se había dado cuenta de las "buenas migas" que hacían las pastillas de quinina y la ginebra juntas. 

     Al séptimo vaso de mejunje ya se encargaba de predicar a los cuatro vientos las bondades de la nueva mezcla, sacudiendo los sentidos y agitando el espíritu. Lo cierto es que cuando tomó conciencia de sí mismo, una semana después, la bebida de moda era un brebaje llamado Gin Tonic sospechosamente parecido a su Mezcla Mágica, como cariñosamente la terminó llamando.

     Años más tarde, circularía una leyenda que contaba que dicha bebida había sido inventada décadas atrás por unos oficiales británicos, mientras estos estaban destinados en la India. Pero a Mariano el Viejo de Granada, le gustaba pensar que él había sido el inventor de esta mezcla tan peculiar.

     
Calle Real de la Alhambra en la actualidad. Fotografía extraída del Flickr de ratamala.


E. Capel.


     
     







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