miércoles, 11 de septiembre de 2013

Paula. El duelo ante la muerte.

     Nota: esta reseña la escribí por petición de mi gran amigo J., a raíz de su proyecto final de máster y la creación del blog de la Comunidad Iberoamericana de Amigos del Patrimonio Funerario. Pronto, en ambos blogs subiré el segundo artículo sobre fotografía Post mortem en el siglo XIX.

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     Hay novelas que nacen casi sin saberlo. Esto es lo que le pasó a Paula (1992), la quinta novela de la escritora chilena Isabel Allende. Mucho se ha escrito sobre esta emotiva obra donde la muerte es uno más de sus personajes.

     Isabel Allende Llona, nacida en Lima, Perú, el 2 de agosto de 1942, inició su carrera profesional como periodista. En 1975 marchó al exilio junto a su familia en Venezuela, debido al golpe de estado de Augusto Pinochet. Allí comenzaría a escribir una larga carta que terminaría por convertirse en su primera novela. Esta misiva iba dirigida a su abuelo, que por aquel entonces contaba con 99 años y se encontraba a las puertas de la muerte. En 1982 vería la luz con el nombre de La casa de los espíritus.

     Ambas novelas guardan dos similitudes innegables: su escasa ambición en un principio por acabar siendo novelas; puesto que ambas comenzaron siendo cartas. Y en segundo lugar, las dos nacieron casi como una reacción a la muerte inminente de un familiar cercano a la autora. La escritura como medio para asimilar el duelo de una pérdida es bastante común.

ALLENDE, Isabel. Paula. Barcelona, 1994. Círculo de Lectores. 1ª ed.  Fotografía extraída de todocolección.

     Paula nace en un hospital de Madrid, mientras la hija de la autora, del mismo nombre, yace postrada en una cama a causa de un coma inducido por la enfermedad de la porfiria. Desde ese momento, hasta que finalmente es trasladada a su casa de San Francisco, la autora narra en una serie de cartas su historia familiar, evocando recuerdos y personajes que puedan ayudar a Paula en su recuperación, puesto que Isabel Allende temía que al despertar su hija lo hiciera desmemoriada. Sin embargo, ella nunca llega a despertar y ello se intuye progresivamente al avanzar en la lectura del libro. Doce meses de agonía que son narrados con una intimidad y emotividad estremecedoras. No en vano, la autora ha afirmado en numerosas ocasiones, que el libro donde más ha recibido y sigue recibiendo cartas de los lectores es con Paula, más que con ninguna otra novela suya.

     En una entrevista en su sitio web[1] puede leerse este fragmento donde la autora responde a una pregunta sobre este libro y su experiencia sobre la muerte y la enfermedad:

Me siento vinculada con los lectores que me han escrito después de leer ese libro. El dolor es universal. Todos experimentamos sufrimiento, pérdidas y muerte. Recibo cartas de médicos que me dicen que ya no verán a sus pacientes en la misma forma que lo hicieron antes de leer el libro, y de jóvenes que se identifican con Paula y que por primera vez consideran su propia mortalidad. Muchas de las cartas son de mujeres jóvenes, que todavía no han sufrido una pérdida real, pero sienten que no son parte de una familia o que no tienen apoyo en sus comunidades; se sienten muy solas y desean una conexión con un hombre, como la que Paula tenía con su marido. Recibo cartas de madres que han perdido a sus hijos y piensan que se van a morir de pena. Pero uno no muere. La muerte de un hijo es el dolor más antiguo de la humanidad. Las madres han perdido hijos desde hace milenios. Solamente unas pocas privilegiadas pueden esperar que todos sus hijos vivan.

     Existen diferentes tipos de duelos en función del tipo de muerte al que nos enfrentemos. Los padres sienten en cualquier caso la muerte de sus hijos como antinatural y tremendamente injusta; y como en este caso, la muerte por enfermedad e imprevista como la que le sucedió a Paula supuso un largo duelo y más difícil de aceptar, que por ejemplo, la muerte de un anciano con una enfermedad terminal. Con ello no se quiere afirmar que un deceso tiene más valor que otro, pero socialmente y a nivel emocional el dolor es asimilado de diferente manera.

     Sin lugar a dudas, la pérdida de un ser querido es la más dolorosa, llegando a marcar la vida de las personas de manera irreversible. Por supuesto, existen etapas en dicho duelo: un comienzo de aceptación, un trabajo activo de aflicción y finalmente, el intento de volver a organizar la vida de “el/la que se queda”.

     La autora pasa por estas dos primeras etapas en Paula, y una tercera que se verá reflejada en una obra autobiográfica con su “tribu”, como denomina ella misma a su familia y amigos, titulada La suma de los días (2007), donde la vida sigue.

     Es inevitable sufrir con la autora página tras página, y sentir empatía hacia sus personajes.  Envidiar en cierta medida ese amor incondicional del marido de Paula,  sufrir con Isabel la agonía de su hija, y pensar en la vulnerabilidad de la vida, la sensación de que “nos puede pasar a cualquiera”. A pesar de que como se dice al inicio, la muerte es uno más de los personajes, el libro también es un canto a la esperanza, a la fe y por encima de todo, al amor.





[1]    Entrevista a Isabel Allende:   http://isabelallende.com/ia/es/interview, consultado el 22 de agosto de 2013

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