Señoras y caballeros, humanos
todos, esta semana tengo el inmenso placer de traeros una colaboración muy
especial con la Señorita T. Nos viene a deleitar con el relato de su viaje a
tierras asiáticas, más concretamente a Corea del Sur, no nos confundamos con su
Norte; y con unas instantáneas que os dejarán tan impresionados como ansiosos
por seguir sus pasos y vivir similares aventuras.
Con todos ustedes: Un viaje a
Corea (del Sur). Por la Señorita T.
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En esta entrada, tan especial
para mí y llena de recuerdos, me encantaría hablaros de un viaje que hice hace
unos meses y que llevaba tantos años anhelando: Corea del Sur. Aclarar que esta
entrada no tiene nada que ver con una guía de viaje ni consejos sobre rutas,
simplemente quería plasmar mi experiencia en este país. Para más información de
viajes y sobre la cultura de Corea tenéis la página oficial de VisitKorea, y blogs muy bien hecho de personas que viven allí y explican a la
perfección su experiencia y su día a día como Paella de Kimchi, Eurowon y Dave.
Y si sois unos frikis del Kpop (música pop de Corea del Sur) tenéis el blog de
Si es Destino.
Después de mucho ahorrar, ponerme
los dientes largos en innumerables ocasiones con fotografías de conocidos que
habían viajado a Corea del Sur, después de mucho trabajo y lágrimas, conseguí
obtener el dinero suficiente para embarcarme en esta pequeña gran aventura.
Además, tuve la gran suerte de que una amiga estaba estudiando con una Erasmus allí
y aproveché la visita para verla; un dos en uno. La emoción del momento en que
compré los billetes de avión y reservé el alojamiento fue una minucia a los
nervios previos al día en que debía iniciar mi viaje (creo que más de uno en mi
entorno me quiso matar con la ‘lata’ que di). Elegí ir en Octubre, fecha ideal
para viajar a este país ya que es otoño y pillaría un tiempo perfecto para
hacer turismo. La elección no era casual, en Corea las temperaturas son
extremas tanto en verano como en invierno hasta el punto de tener los famosos
tifones o nevar en respectivas estaciones. Por lo que las mejores épocas para
viajar son primavera u otoño.
El vuelo fue largo y a veces
un tanto pesado, ya que es ir a la otra punto del mundo, no en vano son casi 24
horas viajando. A la ida cogí el primer avión de Málaga hasta Amsterdam, 7
horas de espera en el aeropuerto de Ámsterdam-Schiphol, me dieron tiempo más que suficiente para recorrerme
el lugar de punta a punta, ver tiendas, descansar en algún sillón y hasta un
café en el Starbucks. Después de toda esa espera, vuelta a volar hasta Seúl
(capital de Corea del Sur) durante 10 horas. Aquel tramo de vuelo se me hizo
demasiado tedioso, pero intenté pasarlo medianamente ameno entre las miles de
películas que tienes para elegir en la pantallita del asiento y el centenar de
veces que te dan de comer. Cuando finalmente llegué, era mediodía (teniendo en
cuenta que había salido de España por la mañana) y llevaba encima un buen jet lag, por lo que intenté aguantar
despierta hasta la noche.
Mi primera impresión al tocar suelo coreano fue la inmensidad de aquel
lugar. La capital impresiona con todo a escala mil veces mayor que en la pequeña
ciudad costera donde me he criado, así como la diversidad de gente que te encuentras
por el camino. Aunque tengo que reconocer que pocos occidentales se ven por la
calle, de ahí que los coreanos (o asiáticos en general) se te queden mirando
como si fueras un bicho raro por la calle; al principio me sentí observada pero
poco a poco me fui acostumbrando.
Me hospedé en la zona de la universidad Konkuk, en un goshiwon (una diminuta habitación que
incluye cama, escritorio, armario y tres paredes más pequeñas aún, de cristal
donde se encuentra el baño, por lo que la cocina y el resto de zonas son
comunes); en el cual los caseros fueron muy agradables y solícitos, por lo que
a mi llegada me intentaron explicar todo lo necesario echando mano a un
chapucero inglés-coreano. Mi habitación (goshiwon) se encontraba en una planta
de un edificio que tenía más habitaciones como la mía, por lo que no estaba
sola. Dato curioso, y que me explicaron después, es que si te encuentras a
alguien en tu hospedaje no está muy bien visto saludar, por lo que directamente
pasas por el lado de alguien y pasas como si no existiera. Y aunque en los
quince días que estuve allí tampoco me encontré a mucha gente por los pasillos,
esto se me hizo muy difícil seguir porque en España, aunque no conozcas a la
persona, es de buena educación saludar.
A lo largo de esos quince días visité muchos sitios: Myeongdong,
Insadong, Itaewon, Dongdaemun, Bukchon, Namsan, Namdemun, Gangnam, Hongdae…
Aunque cada uno de estos lugares tiene un encanto especial, con una magia que
te atrapa y te cautiva, mi favorito por encima de todos fue “Gyeongbokgung Palace (경복궁)”.
Gyeongbokgung es un palacio localizado en la plaza de Gwanghwamun, donde
se encuentra la estatua del rey Sejong el Grande (considerado el inventor de la
escritura hangul, alfabeto nativo de Corea). Me impresionó la magnitud de este palacio, el colorido, la decoración y
lo bien que se sigue conservando después de seiscientos años de historia.
Aunque está situado en medio de rascacielos y el bullicio de la ciudad, dentro
de sus jardines se respira tranquilidad y silencio; escuchas el cantar de los
pajarillos y a la gente que solamente pasea por allí admirando la inmensidad de
esta construcción antigua.
En una parte del palacio se encuentra el museo en el que el visitante
puede descubrir la vida, las costumbres e incluso la escritura de antaño. Toda
una riqueza de colorido e historia para los ojos. Me encantó, fue una de mis
visitas favoritas y la repetiría una y otra vez si volviera a Corea.
Luego tenemos Itaewon, el barrio internacional de Seúl. Es decir, tú vas
por la calle y ves las típicas afroamericanas con más “swag” del que has podido
ver en tu vida, lo cual contrasta de manera bárbara con la inocencia y
delicadeza que transmiten los coreanos. A cada paso te puedes encontrar tanto
un restaurante mexicano, como americano o incluso francés. En las calles
reinaban banderitas de todos los países, una pena no encontrar la española.
Por otro lado, está Myeongdong, una zona demasiado concurrida y en la
que me agobié demasiado a causa de toda la gente que tenía que ir esquivando a
cada segundo. Es la zona céntrica de
tiendas, tanto de cosmética (en Corea levantabas una piedra y aparecían
millones de tiendas de este temática), como de ropa. Una locura para todo
fanático de las compras. Lo más destacable fue ver que cada escaparate o puerta
estaba poblada de publicidad de ídolos coreanos. Una auténtica invasión, no se
sabe hacia dónde mirar ni con cuál hacerte fotos antes (sí, en esa parte del
tour mi lado friki salió a flote y no pude parar de hacerme fotos con los idols
de cartón a tamaño real que había por la calle).
Otro punto de esta ciudad que me llamó mucho la atención fue la llamada “la
feria interminable” que hay por sus calles las 24 horas del día. Es decir, por
el día siempre hay gente que va y viene, e intentas no chocarte con nadie
porque es imposible andar con tranquilidad por las avenidas principales o
callejuelas llenas de tiendas o bares. Pero la sorpresa llega cuando el sol se
oculta y la noche se hace reina de la urbe. Todo lleno de luces y música
diferente cada dos pasos (obviamente el 99% de la misma era coreana), ante lo
cual no puedes evitar quedarte embobado con toda aquella fiesta. Me recordaba a
la feria en Almería, cuando vas de atracción en atracción, maravillada por su
grandeza y colorido (de ahí que a aquello lo llamaran la feria interminable,
porque era así todos los días, sin descanso).
Otra característica típica de este mágico lugar son las “ahjummas”:
señoras mayores que en verano se ponen unas monumentales viseras que abarcan
sombra para todo el que pase por su lado, por delante y por detrás. A estas señoras
se les tiene mucho respeto, no en vano, si no les haces caso te pueden decir en
pocas palabras lo maleducado que eres (gracias a Dios, no tuve ninguna mala
experiencia con alguna). Muchas veces te las encuentras trabajando como dependientes
en tiendecitas de barrio, más pequeñas que el baño que tenía mi goshiwon, y
aunque no entendieran ni inglés ni español te atendían con gran seriedad por
ser extranjero, pero educadamente tenías que darles las gracias cuando te
atendían (“감사합니다”, pronunciación “kahm-sa-ham-nee-da”. Lo que viene
siendo “muchas gracias”. Me grabé a fuego esa
palabra).
Por último, mi gran impresión (y lo que a día de hoy echo más de menos)
fue la comida coreana. Mucha gente me había dicho que la comida de allí no era para
tanto o que estaba malísima y un largo etcétera de opiniones varias y
negativas. Pero me llevé una grata sorpresa al degustar su gastronomía. El
único problema al que me enfrenté fue que todo lleva picante y cuando digo todo,
es todo; hasta cuando decías que no le echaran picante siempre llevaba algo de
cortesía. Pero en general, me encantó.
Destacar la “barbacoa coreana”. Esta es igual a la barbacoa que todos
conocemos, con la gran diferencia de que se hace en interior sobre una mesa
especial para cocinar sobre ella. La carne dependiendo del sitio, puedes pedir
la que quieras o elegir de una carta. Lo más común es tomar cerdo, a la cual
echan especies y está muy rica a la brasa. La característica especial de la
comida coreana son los miles de platillos que acompañan siempre al plato
principal como: kimchi (lo más picante que he probado en mi vida), brotes de
soja, arroz (siempre, siempre, siempre, nunca falla sobre la mesa), salsas,
pepino amarillo, alguna sopa…
Otros platos que me gustaron mucho y espero volver a comer fueron el
Kibamp, Bibimbap (recuerdo que lo probé en un restaurante de una ahjumma en la
Corea profunda, delicioso) y pollo frito acompañado de cerveza. Dato curioso es
que cuando vas a comer a un restaurante, el agua es totalmente gratis y siempre
puedes pedir todo lo que quieras. Un punto a favor.
En definitiva, un viaje que volveré a repetir en un futuro. Porque aunque
me faltaron mucho lugares por visitar, tanto su cultura (tan diferente a la
nuestra), como la diversidad de lugares por visitar tan típicos de Asia, me
enamoraron por completo y no me decepcionaron. Es un viaje que recomiendo muchísimo si os gusta conocer sitios nuevos y diferentes. Siempre viene bien dar
un nuevo aire a nuestra forma de ver las cosas.
Anécdota final: A día de hoy le sigo dando gracias al hombre que me
acompañó desde Seoul Station hasta casi el aeropuerto. Creo que me vió un poco
perdida, con tanta maleta y mi cara de extranjera. Me ayudó a llevar las
maletas, fue preguntando a todo el mundo en coreano como llegar a Incheon
(aeropuerto internacional de Seúl) y traduciéndome en inglés. Se sorprendió
bastante cuando le dije que era española y estaba de vacaciones, poco español
se ha perdido por allí.
Tamara Capel, alias Señorita T.
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