miércoles, 13 de diciembre de 2017

El amor tiene muchas formas.

Esta historia precisa de presentación por dos motivos. El primero, porque es una colaboración y normalmente me gusta hacer una pequeña introducción antes de la misma, contar quien está detrás. En este caso es mi hermana pequeña Lucía, que con 14 años escribió esta historia (mucho menos pulida, pero la idea original salió de su propia cabecita), para un concurso sobre relatos a través del colegio.

El segundo motivo, enlaza con el primero. Estoy muy orgullosa por su valentía. No ganó aquel certamen, pero se atrevió con esta historia que estoy segura que pocos con su edad son capaces de abordar (incluso muchos adultos), sobre dos chicos jóvenes que son amigos y acaban enamorándose pese a la oposición de su entorno.

Finalmente, decidimos cambiar el estilo y modificar algunas cosas referentes a nombres y el final. Ella lo terminaba mucho más oscuro y desalentador, pero me tomé la licencia de darle algo de esperanza y luz, porque me gustaría que aquellos que lean el relato y se sientan identificados de una u otra forma, luchen. El amor es siempre amor.

Esperamos que os guste.


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¿Qué había sucedido? Miguel no estaba seguro, por eso instintivamente hizo un meditado repaso a todo lo que había vivido en aquel intenso mes de Agosto.

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Feliz, así es como se sentía mientras dejaba tranquilamente su bicicleta amarilla en la entrada de la casa de su mejor amigo. No hizo falta tocar al timbre para que alguien le abriese, porque como si estuviera esperándolo, Luis apareció tras la puerta con su característica sonrisa tontorrona cincelada en el rostro. Se abrazaron, haciendo que su gran diferencia de altura se notara aún más, obligando a Luis con su metro noventa a agacharse para que el gesto fuera más cómodo.

Instantáneamente y de la nada, apareció su insoportable hermano mayor Fernando, atravesando ese abrazo entre los dos amigos, pasándole el brazo por el cuello a Miguel mientras le revolvía juguetonamente el pelo y le arrastraba hacia el salón, donde descansaban dos cigarrillos sin encender en la mesita de café.

Algo desorientado, se sentó en uno de los sillones y clavó su vista en el tabaco. Él no fumaba.

- ¿Quieres? - le ofreció Fer a Miguel tendiéndole uno, pero él lo rechazó efusivamente con la cabeza -. Tú te lo pierdes.

Ambos hermanos posaron sus respectivos pitillos sobre sus rosados labios y los encendieron.

- Los labios de Luis - pensó Miguel como en una ensoñación.

Aun se preguntaba como llegó a pensar aquello, a sentir un cosquilleo repentino que le hizo desear tocar sus labios. Pero en seguida se reprendió. ¿Cómo iba a enamorarse de su amigo?, ¿sería posible viviendo en un mundo tan tradicional y homófobo?

Miguel pensaba en aquel momento que realmente no se estaba enamorando de su amigo. Tenía diecisiete años y creía que probablemente era un repentino deseo pasajero, fruto de las hormonas.

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Otro recuerdo le sorprendió en su repaso mental de los hechos.

Llevaba algunos días observando a Luis sin quitarle ojo y sintiendo un cosquilleo incómodo en el estómago. Aquella tarde se encontraban los dos solos en la habitación de Luis, cambiándose de ropa para bajar a la piscina. Miguel se encontró delante del espejo viendo como el otro se quitaba la camiseta, y como los músculos de la espalda resaltaban como en una escultura de Miguel Ángel. Su nerviosismo hizo que bajara la vista hacia sus manos y se maldijera mentalmente, haciendo un esfuerzo sobrehumano por relajarse.

Cogió el bañador de su bolsa color marino y como si intuyera su mirada, giró la cabeza al tiempo que él le miraba y le dedicaba una sonrisa de oreja a oreja.

Ellos solos llenaron la piscina de juegos y sonrisas cómplices. La tranquilidad no duró mucho, porque Fer vino corriendo haciendo una bomba en el agua, eliminando así cualquier resquicio de complicidad.

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Otro día nublado de bochornoso calor húmedo, en aquel agosto de sus vidas.

Se encontraban de nuevo solos en la habitación. Luis intentaba ponerle un poco de delineador en los ojos. Miguel se quedó hipnotizado mirándole fijamente. Duró poco el ensimismamiento.

- Ya estás listo -le sonrió.

Se olvidaron de aquel momento como de muchos otros.

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¿Realmente podrían estar juntos? La respuesta era no, un rotundo no. O eso creía.

Sospechaba que Fer no era ajeno a lo que ellos estaban experimentando. Las miradas que se echaban fugazmente cuando tenían la menor oportunidad, diciéndose "te quiero" sin necesidad de palabras, no pasaban ya desapercibidas por su entorno.

Miguel iba pensando en todo y nada, mientras pasaba las manos por las paredes llenas de cuadros comprados en casas de subastas de las que no conocía el nombre, en dirección al jardín trasero.

Atrás dejó dormido a un Fernando borracho y trasnochado, y abriendo la puerta corredera se sentó en el borde de la piscina. Al instante Luis posó la cabeza en su hombro en un gesto tan natural como respirar. Ambos sabían lo que les esperaba, pero estaban decididos a destruirse el uno al otro si eso les traía una explosión de felicidad.

Levantaron las cabezas para mirarse, se conocían lo suficiente como para saber qué vendría a continuación, pero Fer fue más rápido (viendo lo que pasaba detrás del cristal que los separaba), y se lanzó hacia Miguel para cogerle del cabello y pegarle con todas sus fuerzas en la cara. Luis no sabía lo que pasaba a su alrededor. Cuando al fin reaccionó y antes del golpe decisivo, se tiró encima de su hermano, deteniendo así una mano cerrada en el aire. Se lanzó contra él golpeándolo con frenesí. Miguel logró detenerlo, una vez que hubo recuperado la conciencia.

- ¡Lu! - lo cogió por la cintura e intentó arrastrarlo lejos del cuerpo tumbado de su hermano. No podía.- ¡Luis! - gritó fuera de sí, para que este saliera del trance de ira en el que se hallaba inmerso. 

- Fer, Fernando, intentaba matarte -logró contestar entre llantos desconsolados. Estaban a cuatro metros de distancia del cuerpo semiinconsciente. 

Ni siquiera intentó responderle, le dió un beso que encerraba una promesa de amor y la clara intención de calmarlo. Luis no se lo esperaba, pero correspondió al primer beso de ambos.

Sabían perfectamente que nunca podrían ser una pareja estable, no en aquel mundo donde dos personas del mismo sexo que se amaban eran juzgadas e incluso criminalizadas.

- Vete a casa y... y mañana nos veremos... -dijo limpiándose las últimas gotas de agua salada que le quedaban en los ojos -. Por favor, espérame.

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Respiraba y sentía por inercia desde que había salido de aquella casa, soportaba una quemazón en el pecho constante, un gran peso en el corazón. Quería volver a besarlo, aquí y ahora y todos los días de su vida, sin importar ser juzgado. Sólo amor. Porque sabía que ahora que Luis se había metido en cada poro de su ser, nunca podría salir. Y aun no le había dicho 'te quiero'. No esperaría a mañana.


Texto: Lucía Capel Gil
Eva Capel Gil


Fuente aquí.


P.D.: Los que me conocéis sabéis que no soy mucho de Santoral pero, ¡feliz Santa Lucía!

2 comentarios:

  1. Hola! He dejado un comentario en una entrada del 5/junio/2013. Serías tan amable de contestarme? Muchas gracias!. Un saludo!.

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    Respuestas
    1. Hola. Respondido en la entrada correspondiente. Espero que tengas suerte, y si es posible, me comentes como te fue. Saludos.

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