sábado, 14 de septiembre de 2013

Ir al psicólogo: ¿qué se hace en psicoterapia?

Lorena Fuentes
Lda. Psicología - Col nº 18298
      Cuando una persona se plantea ir a un psicólogo por primera vez, son muchas las dudas que surgen antes de tomar la decisión. Desde mi experiencia profesional me encuentro con que,  aunque cada vez tenemos a nuestro alcance más información sobre la psicología y la psicoterapia (Internet, programas de televisión/radio, libros, etc. ) aún son muchos los mitos y falsas creencias que envuelven nuestra profesión. En este artículo encontrarás información útil sobre en qué se basa nuestra profesión, cuándo es necesario acudir a un psicólogo o psicóloga y en qué consiste una terapia psicológica.

¿Necesito un/a psicólogo/a?
     Al formular esta pregunta aún hay algunas personas que responden “No, yo no estoy loco/a“. Nuestra función como profesionales de la psicología es ayudar a las personas a dar solución a los problemas que están causando malestar emocional y reduciendo su calidad de vida, independientemente de su salud mental. Desde mi perspectiva de trabajo, no trato patologías o trastornos mentales, trato personas que por una razón u otra están sufriendo y quieren dar un cambio a su vida para vivir mejor.
     También suele ser frecuente escuchar afirmaciones como “Yo no creo en la psicología”. La psicología no es una orientación de pensamiento dogmática, tiene base científica y como psicólogos somos expertos en el trabajo y análisis de las emociones, las ideas (pensamientos/creencias) y la conducta humana. Esto nos permite diseñar la estrategia más adecuada para favorecer el cambio hacia la dirección que la persona desee. Aunque, no sólo con nuestro trabajo tiene la intervención efecto, es fundamental que la persona que viene a terapia esté implicada en el tratamiento y motivada y decidida a iniciar el cambio.

¿Cuándo acudir a un/a psicólgo/a?
     El indicador más fiable para decidir si acudir o no a un/a psicólogo/a es tu propio bienestar. Son muchas las dificultades que nos podemos encontrar a lo largo de la vida y que requieren hacer uso de nuestros recursos y habilidades para poder darle solución. Sin embargo, cuando notas que algunas de estas situaciones te sobrepasan, cuando las soluciones que has probado no han funcionado y el problema persiste o aumenta, cuando tu día a día se ve dañado por el problema y te impide llevar la vida con normalidad, entonces es muy recomendable visitar a un profesional.  
     Es importante señalar que no existe una lista de problemas que deban ser tratados por un/a psicólogo/a,  es la manera en la que la situación se convierte para ti en un problema y tu decisión y motivación en querer cambiarlo con guía y apoyo profesional.
     Hay veces que nace la duda sobre si se está lo suficientemente mal como para necesitar ayuda psicológica, como he explicado anteriormente, establecer el límite de la durabilidad y del grado del malestar depende directamente de ti.  
     Es posible que antes de decidir si acudir a terapia te preguntes “si antes he podido superar otras cosas, ¿por qué esta no?” y/o “otras personas han pasado por esto y han salido adelante ¿qué me está pasando a mí?”  Ante la primera cuestión, cabe decir que lo único constante en esta vida es el cambio y cada situación o momento por semejante que parezca, nunca será igual porque nosotros, debido nuestras vivencias y al crecimiento personal de cada uno seguimos en constante cambio y evolución. Cada situación es diferente y aplicamos nuestro recursos lo mejor que podemos, aunque a veces es la manera de solucionarnos lo que hace que el problema se mantenga.
     En cuanto a la segunda pregunta, cada persona es distinta y la manera que se tiene de afrontar las cosas también, pues están influidas por nuestras experiencias anteriores, creencias y pensamientos. La adaptabilidad de cada persona a las situaciones adversas son distintas y cómo la situación se convierte en un problema para cada uno/a también. Pongamos un ejemplo, todos sabemos lo que es el dolor físico pero no todos lo vivimos igual, cada persona tiene un nivel de sensibilidad distinto, y por lo tanto el nivel de percepción en que algún estímulo se convierte en doloroso y el aguante ante el dolor también es subjetivo. Con las situaciones pasa igual: ante una situación semejante una persona la puede vivir como un problema y otra no y el malestar emocional y aguante ante eso también es distinto.
     Cuando una persona por sí sola no logra poner fin a sus problemas, pedir ayuda para superarlo es esencial. Se puede caer en el pensamiento de “tengo que superarlo por mí mismo/a” y/o “nadie me puede ayudar”, pero ser capaz de pedir ayuda es una habilidad social básica y adaptativa. Cargarse con la responsabilidad extrema de tener que hacerlo todo uno/a mismo/a suele conllevar que la mochila de problemas sea tan pesada que no se logre dar ni un paso hacia adelante.
     También es común escuchar que “el mejor psicólogo es tu mejor amigo”. Aunque recibir el apoyo de las personas de tu entorno es fundamental e incluso puede ser de gran ayuda para empezar un proceso terapéutico, es muy distinta la ayuda que puede ofrecer un/a amigo/a o familiar a la ayuda profesional. Los profesionales de la psicología estamos entrenados en el análisis del problema y la formulación de la solución a partir de las características individuales de cada persona, ofreciendo una intervención específica y adaptada a cada persona.

¿Qué se hace en terapia? ¿Se arregla todo hablando?
     Es evidente que nuestra herramienta principal de trabajo es la palabra. Para poder analizar el problema que trae cada persona es necesario investigar lo que le ocurre a través del diálogo, pero esto no significa que sólo hablándolo se solucionen los problemas, aunque a menudo verbalizar las inquietudes cause desahogo.
     Desde mi manera de entender y trabajar la psicoterapia también es necesario utilizar técnicas específicas y la prescripción de tareas con tal de poder generar el cambio hacia la dirección deseada por la persona. El trabajo en una terapia psicológica no se limita sólo a lo que ocurre en las sesiones, la intervención es un continuum que se extiende también fuera de la consulta.
     Es posible que alguien pueda pensar que solamente viniendo a terapia sus problemas puedan quedar resueltos, pero realmente no es así. Un proceso terapéutico requiere de un gran esfuerzo y compromiso por parte del cliente. Si la persona no está motivada ni implicada en la terapia lo suficiente como para empezar a introducir cambios sobre esa situación que causa malestar, por muy adecuada que sea la intervención del profesional, ésta será infructífera. El papel del terapeuta consiste en dar la guía y el apoyo necesario para acompañar a la persona en el proceso de cambio, ayudándole a utilizar sus propios recursos eficazmente y brindándole las herramientas necesarias para conseguirlo y mantenerlo. Metafóricamente, el terapeuta es quien da las herramientas para poder avanzar, pero es el cliente quien debe labrar la tierra y dedicar su tiempo y esfuerzo para poder recoger el fruto.
     En cuanto a la durabilidad de la terapia y número de sesiones, cabe decir que cada proceso terapéutico está adaptado al ritmo y evolución de cada persona. Desde la Terapia Breve Estratégica se suele trabajar con un número orientativo de 10 sesiones, que pueden ser más o menos en función de las necesidades y evolución de cada caso. Sobre el tiempo aproximado del proceso terapéutico se adaptará a las características y posibilidades de cada cliente; aunque habitualmente las sesiones suelen ser quincenales, espaciándolas más al final del tratamiento.
     Es muy importante destacar que cada terapia está diseñada específicamente para cada cliente, respetando las idiosincrasias de cada persona y sus valores y creencias. Sólo se ayudará a cambiar aquello que la persona quiere cambiar, respetando totalmente su demanda y sin crear nuevos problemas que solucionar.
     Nunca se obliga a nadie a hablar sobre temas que la persona no quiera tratar o a hacer algo que no quiere o que va en contra de sus principios. El terapeuta recomendará cual es la manera más adecuada para solucionar el problema que ha traído a la persona a consulta, y con el consentimiento del paciente se establecerá la tarea a realizar.
    En ocasiones me he encontrado con personas que sienten temor al contar algunas situaciones de su vida por miedo al sentirse juzgados. Como profesionales, estamos entrenados para no juzgar a las personas ni sus actos. Vemos a cada persona desde la objetividad y sabiendo que cuando una persona decide venir a terapia es porque está sufriendo.
     Para finalizar, una de las grandes dudas que suelen manifestarse en sesión es sobre la confidencialidad. La ética que legisla nuestra profesión nos impide dar datos a terceras personas sobre quién requiere de nuestros servicios. Por la naturaleza de nuestro trabajo estamos obligados a la discreción y la confidencialidad, por lo tanto, nuestros clientes están protegidos por las normas legales que regulan el secreto profesional.
     Espero que el haber desmitificado en este artículo algunas de las leyendas que corren acerca de nuestra profesión, te ayuden a decidir si quieres empezar un proceso terapéutico que te facilite el recobrar el bienestar. Si tienes alguna otra duda o estás decidido a pedir una cita no dudes en ponerte en  contacto conmigo, estaré encantada de responderte y ayudarte. 
También podéis leerla en su blog aquí.
Image courtesy of Dusky/FreeDigitalPhotos.net

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Paula. El duelo ante la muerte.

     Nota: esta reseña la escribí por petición de mi gran amigo J., a raíz de su proyecto final de máster y la creación del blog de la Comunidad Iberoamericana de Amigos del Patrimonio Funerario. Pronto, en ambos blogs subiré el segundo artículo sobre fotografía Post mortem en el siglo XIX.

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     Hay novelas que nacen casi sin saberlo. Esto es lo que le pasó a Paula (1992), la quinta novela de la escritora chilena Isabel Allende. Mucho se ha escrito sobre esta emotiva obra donde la muerte es uno más de sus personajes.

     Isabel Allende Llona, nacida en Lima, Perú, el 2 de agosto de 1942, inició su carrera profesional como periodista. En 1975 marchó al exilio junto a su familia en Venezuela, debido al golpe de estado de Augusto Pinochet. Allí comenzaría a escribir una larga carta que terminaría por convertirse en su primera novela. Esta misiva iba dirigida a su abuelo, que por aquel entonces contaba con 99 años y se encontraba a las puertas de la muerte. En 1982 vería la luz con el nombre de La casa de los espíritus.

     Ambas novelas guardan dos similitudes innegables: su escasa ambición en un principio por acabar siendo novelas; puesto que ambas comenzaron siendo cartas. Y en segundo lugar, las dos nacieron casi como una reacción a la muerte inminente de un familiar cercano a la autora. La escritura como medio para asimilar el duelo de una pérdida es bastante común.

ALLENDE, Isabel. Paula. Barcelona, 1994. Círculo de Lectores. 1ª ed.  Fotografía extraída de todocolección.

     Paula nace en un hospital de Madrid, mientras la hija de la autora, del mismo nombre, yace postrada en una cama a causa de un coma inducido por la enfermedad de la porfiria. Desde ese momento, hasta que finalmente es trasladada a su casa de San Francisco, la autora narra en una serie de cartas su historia familiar, evocando recuerdos y personajes que puedan ayudar a Paula en su recuperación, puesto que Isabel Allende temía que al despertar su hija lo hiciera desmemoriada. Sin embargo, ella nunca llega a despertar y ello se intuye progresivamente al avanzar en la lectura del libro. Doce meses de agonía que son narrados con una intimidad y emotividad estremecedoras. No en vano, la autora ha afirmado en numerosas ocasiones, que el libro donde más ha recibido y sigue recibiendo cartas de los lectores es con Paula, más que con ninguna otra novela suya.

     En una entrevista en su sitio web[1] puede leerse este fragmento donde la autora responde a una pregunta sobre este libro y su experiencia sobre la muerte y la enfermedad:

Me siento vinculada con los lectores que me han escrito después de leer ese libro. El dolor es universal. Todos experimentamos sufrimiento, pérdidas y muerte. Recibo cartas de médicos que me dicen que ya no verán a sus pacientes en la misma forma que lo hicieron antes de leer el libro, y de jóvenes que se identifican con Paula y que por primera vez consideran su propia mortalidad. Muchas de las cartas son de mujeres jóvenes, que todavía no han sufrido una pérdida real, pero sienten que no son parte de una familia o que no tienen apoyo en sus comunidades; se sienten muy solas y desean una conexión con un hombre, como la que Paula tenía con su marido. Recibo cartas de madres que han perdido a sus hijos y piensan que se van a morir de pena. Pero uno no muere. La muerte de un hijo es el dolor más antiguo de la humanidad. Las madres han perdido hijos desde hace milenios. Solamente unas pocas privilegiadas pueden esperar que todos sus hijos vivan.

     Existen diferentes tipos de duelos en función del tipo de muerte al que nos enfrentemos. Los padres sienten en cualquier caso la muerte de sus hijos como antinatural y tremendamente injusta; y como en este caso, la muerte por enfermedad e imprevista como la que le sucedió a Paula supuso un largo duelo y más difícil de aceptar, que por ejemplo, la muerte de un anciano con una enfermedad terminal. Con ello no se quiere afirmar que un deceso tiene más valor que otro, pero socialmente y a nivel emocional el dolor es asimilado de diferente manera.

     Sin lugar a dudas, la pérdida de un ser querido es la más dolorosa, llegando a marcar la vida de las personas de manera irreversible. Por supuesto, existen etapas en dicho duelo: un comienzo de aceptación, un trabajo activo de aflicción y finalmente, el intento de volver a organizar la vida de “el/la que se queda”.

     La autora pasa por estas dos primeras etapas en Paula, y una tercera que se verá reflejada en una obra autobiográfica con su “tribu”, como denomina ella misma a su familia y amigos, titulada La suma de los días (2007), donde la vida sigue.

     Es inevitable sufrir con la autora página tras página, y sentir empatía hacia sus personajes.  Envidiar en cierta medida ese amor incondicional del marido de Paula,  sufrir con Isabel la agonía de su hija, y pensar en la vulnerabilidad de la vida, la sensación de que “nos puede pasar a cualquiera”. A pesar de que como se dice al inicio, la muerte es uno más de los personajes, el libro también es un canto a la esperanza, a la fe y por encima de todo, al amor.





[1]    Entrevista a Isabel Allende:   http://isabelallende.com/ia/es/interview, consultado el 22 de agosto de 2013

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