lunes, 25 de julio de 2016

La sombra de la esperanza.

No me gusta la gente que se equivoca y no lo admite en público; desconfío de los que dicen tajantes que no les gusta el color rosa y al día siguiente los ves como un Marichalar de Inditex y mercadillo. Todos cambiamos de opinión y gustos a lo largo de nuestra vida pero, ¿tan rápido?

Me huele a tufo cuando alguien empieza con el escalofriante encabezamiento en una conversación de esta manera tan poco sutil: "A mí no me gusta ni criticar, ni el chismorreo, pero...". ¡Venga ya!, ¿a quién no le gusta un buen cotilleo? Pero los que no lo admiten, acaban despellejando paisanos como terneros en el matadero.

Tampoco me gustan los seres que no respetan el espacio personal, y aquí no puedo ser transigente, si fuera legal estar en posesión de una guillotina portátil (me puede su aura romántica, afrancesada y revolucionaria), haría más uso de ella de lo humanamente decente.

No soporto al listo de turno con su verdad universal, sea del tema que sea. Hay verdades como individuos habitamos en este maltrecho mundo señores míos.

Pero sobre todo me puede el hastío de la mediocridad, muchas veces acompañada de pensamientos y gente vetusta, que invaden todos los ámbitos de nuestra sociedad y está presente en todos los niveles socio-económicos. Mientras tanto, las mentes más brillantes emigran a lugares más o menos remotos, con los sueños maltrechos y las esperanzas escépticas.

Estoy harta de explicaciones simplistas a problemas y realidades complejas, de gente pretendiendo dar lecciones cuando son completos ignorantes. Del sectarismo en todas sus formas, colores e ideologías.

Sin embargo, me levanto cada día con la esperanza de un fervoroso creyente, por la fuerza de la costumbre, de la rutina de quien espera que las cosas realmente cambien. Y en esas estamos, cuando la sombra de la esperanza es lo único que me salva de la desidia más absoluta.

Otro día, con más cafeína y horas de sueño encima, quizá me de por hablar de lo que me gusta, de lo que me hace feliz. Soy toda una dualidad de nuestro tiempo. 


Sin esperanza. Frida Kahlo, 1945. Fuente La espina roja.

E.G. Capel.



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